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El presidente norteamericano ha puesto el dedo en la llaga económica con sus aranceles y amenazas. Hay que hacer caja, dice, porque el mundo ha estado explotando a la nación más poderosa de forma inmisericorde. Puestos a sacar dinero, la agencia que se encarga de los tributos en Estados Unidos investiga hasta la llamada Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Fraternidad la que haga falta, sí, pero la pela es la pela y según te veo el hato, así te trato.
Las coces de borrico que Trump le ha propinado al mercado mundial han hecho que las viejas rencillas entre los distintos países que conforman la Unión Europea se diluyan (o al menos se dulcifiquen), y los trémulos dirigentes se apiñen cual rebaño amenazado por el lobo para expresar opiniones compartidas y aparentar una tranquilizadora sensación de amistad y unidad. Es verdad que los países más perjudicados por los proclamados aranceles serán los de la región asiática, tradicionales amigos y aliados de Estados Unidos en materia económica. China, máxima potencia mercantil, se lleva, en principio, la peor parte. Pero si el gigante chino dejara de comprar la deuda norteamericana, Estados Unidos podría correr el riesgo de un reventón económico en un plazo no muy largo, arrastrando al resto del mundo a una gran explosión globalizadora a la inversa.
Aparte de lo grotesco del espectáculo en los jardines de la Casa Blanca, con la representación de las fuerzas vivas aplaudiendo las patochadas del bocazas que, cartel en mano (el burro delante para que no se espante), iba señalando países que ni siquiera había oído nombrar, sorprende la absolución impartida a quienes, como Rusia, Corea del Norte o Cuba, habían sido los máximos enemigos de la nación norteamericana. ¿Quiere eso decir que ya son amigos y están alineados con los principios básicos de la democracia que Trump lidera y preconiza? ¿Son los catequizados hijos pródigos retornados al redil? Alabemos al señor Trump, porque estaban perdidos y los hemos hallado.
La amistad tiene sus servidumbres. Exige, lógicamente, toma y daca, es decir, reciprocidad y equidad, sobre todo en cuestiones económicas. Por eso nos interesa una unidad efectiva de criterios entre los componentes de la Unión Europea, sin olvidar al Reino Unido, que parece que lo tiene más claro que muchos de sus excompañeros continentales. En toda guerra comercial hay suspicacias y desconfianzas que afectan incluso a los afines. Al final, al toma-toma todo el mundo asoma. Véase, por ejemplo, el caso de la Melloni que, aunque saque poco a poco la patita y no lo exprese con estas mismas palabras, en el fondo lo que está pensando es lo del viejo refrán: «Todo lo amigos que queráis, pero el burro en la linde». Malicio que Sánchez no tiene claro si su burro está del lado de la linde china o de la europea.
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