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A lo largo de la última semana han sido dos los sucedidos de máxima proyección mediática: la boda de una tal Tamara con su pretendiente y supuesto enamorado, y el debate entre el presidente del Gobierno y el aspirante al título. En el primer caso, los desposorios han alcanzado una cobertura mayor, si cabe, que el duelo de titanes en el cuadrilátero que, como tal, ha sido flor de un día. O de una noche. Pero qué noche la de aquel día.
El tiempo dirá en qué para todo. Los protagonistas de la sagrada coyunda por triplicado (creo que tres fueron los revestidos oficiantes del litúrgico ceremonial) tendrán un tiempo de feliz himeneo con venta al por mayor o en exclusiva de sus viajes, paisajes y mares de color turquesa, donde poder gozar de la bien ganada (en términos económicos) luna de miel. No faltarán interesadas (también en términos económicos) especulaciones sobre hipotéticas infidelidades, perdones y tiernas reconciliaciones que sin duda provocarán lagrimoteos muy del estilo de los antiguos seriales radiofónicos, cuya emisión mantenía en suspenso a medio país, al tiempo que proporcionaban apasionados parloteos en peluquerías, colmados, patios de vecindad, calechos y seranos. Y es que los asuntos de bragadura, bajo vientre y entrepierna siempre han enardecido a las masas consumidoras de morbo y demás impulsos básicos. Y si, a mayor abundamiento, hay patrocinios comerciales a cargo de marcas de alta gama y revistas que pagan las exclusivas relativas al tálamo, entonces miel sobre «orejuelas».
Los protagonistas del pugilato del lunes también dejaron su estela de opiniones para todos los gustos. Lo bueno es que se hizo uso de la palabra ante millones de espectadores. En la pantalla quedó claro que la palabra es un arma pacífica, un instrumento para intentar transformar el mundo. Y si el contrincante se deja, también para engañar. Ambos dijeron haber ganado el combate a los puntos; ambos recibieron aplausos y parabienes desde sus respectivas hinchadas; ambos concitaron sesudas opiniones por parte de los comentaristas-agradadores de turno; y ambos proporcionaron pingües beneficios en publicidad para la cadena anfitriona que puso el escenario. No faltaron las bendiciones –laicas, eso sí-- del círculo íntimo de testigos y oficiantes. Mas, ay, una vez celebradas las elecciones del 23, no se recordará nada de lo prometido para poder restregárselo a los púgiles. Como diría Cervantes, «tan presto se va el cordero como el carnero». Es más, todo volverá a la vida normal, seguiremos viviendo y gastando veranos, aunque este, en concreto, nos lo ha chafado en parte ese jayán al que se le puede aplicar aquello de «si te dijera la verdad, te mentiría». No sé si del debate habrán sacado los lectores algo en claro. Yo me quedé con la mosca detrás de la «oveja».
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