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El presidente del Gobierno, acompañado de una pareja de la Guardia Civil, ha llegado a Waterloo, donde los guardias han procedido a esposar al fugado delincuente. Una vez reducido, los tres regresaron con el susodicho custodiado en el maletero del vehículo oficial.
Tras ponerlo a disposición de la justicia, el presidente ha dicho en unas improvisadas declaraciones que así cumplía lo prometido cuando tomó posesión de su cargo hace cuatro años. (Uy, se me escapó la inocentada del día 28. Perdón). La realidad es que ambos personajes están a partir un piñón desde que el prófugo controla en la sombra el devenir de los asuntos tratados en el consejo de ministros plurinacionales, muchilingües y progresistas. Los dos políticos se merecen mutuamente, porque, citando a Cervantes, «si bien canta el abad, no va en zaga el monaguillo».
La otra realidad, contundente y empíricamente comprobable, es que el año 2024 va a ser bisiesto, y eso no se puede someter a opiniones, votaciones, debates ni encuestas. Ni siquiera las del CIS. Examinados a vuelapluma, la tanda más reciente de bisiestos no parece muy alentadora. En 2016, por ejemplo, los británicos votaron a favor del Brexit (peor para ellos); Donald Trump ganó las elecciones presidenciales (peor para todos); centenares de personas murieron en los atentados terroristas de Niza, Berlín, Turquía y Bruselas; y en España, un tal Puigdemont fue investido como presidente de Cataluña. Pero es que, si nos fijamos en el malhadado 2020, la cosa pintó todavía peor con el brote de covid-19, que se llevó por delante miles y miles de vidas y, entre alarmas y confinamientos, provocó cambios sociales aún perceptibles, sin que sepamos a estas alturas las cifras exactas de fallecidos por causa de la pandemia. Tampoco sabemos nada acerca del origen del bicho que, dicen, vino de China.
Con tales antecedentes, uno no sabe si estamos ante un vacío sin contorno o ante cualquier otra fatalidad que sobrevenga de improviso y nos pille en pelota viva. Por si acaso, debemos estar preparados y confiar en que el año que comienza mañana no sea otro maldito bisiesto, sino un año más en el que haya de todo un poco. Yo pediría que en política las puras trolas no cuelen como meros cambios de opinión («los españoles merecen un gobierno que no les mienta» sentenció Rubalcaba en 2004 –otro año bisiesto, por cierto–); que no se levanten ni muros, ni se excaven simas entre las ideologías no compartidas; que el verdadero espíritu crítico no se vea laminado por la apisonadora de lo políticamente correcto; que exista igualdad jurídica y no impunidad para los delincuentes, so pretexto de que el nacionalismo excluyente los avala primero y amnistía después. Pido menos mala leche a flor de piel y más trenes para Salamanca. Feliz Año Nuevo, pues.
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