El lenguaje de muchos políticos está trufado de barbarismos, solecismos, vulgarismos y coces al correcto uso del idioma en general. Para pulir el léxico y crear (o reinventar) neologismos están, supongo, los cientos de asesores que, cual moscas a la miel, revolotean en torno a los panales monclovitas. Gobierne quien gobierne, por supuesto. Ahora les toca a los lingüistas progresistas de palacio estrujarse las meninges para hacer que las tragaderas de los ciudadanos se vayan familiarizando, a fuerza de insistir en discursos y entrevistas, con nuevos sesgos semánticos de vocablos que dábamos por asentados en el uso cotidiano de la lengua.

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Últimamente, a raíz del humillante encuentro entre una vicepresidenta del Gobierno y un delincuente fugado de la justicia, se oye con frecuencia el sonsonete de soluciones democráticas, autodeterminación (eufemismo de independencia), unilateralidad, amnistía, referéndum, etc. Para el pueblo llano lo que viene a significar es que el 1,6 por ciento de los votantes en las pasadas elecciones va a poder condicionar la vida del restante 98,4 de los españoles. Que no es poco, dado que esto conlleva condenar sin ambages la etapa de la transición, como ya alertó Alfonso Guerra; y con él hicieron lo propio otros muchos «dinosaurios» militantes del que fuera PSOE en mejores tiempos. En otras palabras, que el Poder Judicial estará a buen recaudo en manos del Gobierno y que la Constitución del 78 es represiva y dictatorial. De ahí la necesidad de una amnistía, o ley del punto final, para que el prófugo de Waterloo regrese triunfante (¡Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!).

Por si lo de la amnistía resultara malsonante, desde el Gobierno ha emergido, como renuevo de olivo en la tierra (Isaías 61:11), el llamado «alivio penal», cuyo verdadero significado se nos escapa a quienes carecemos de conocimientos suficientes en el vasto campo de la jurisprudencia. Sea cual sea su significado deliberadamente subliminal, se me vienen a la cabeza ciertos contextos en los que el tal «alivio» puede aparecer en nuestro idioma. Además de mitigar una dolencia o aligerar un peso, el verbo «aliviar» en su forma reflexiva puede aludir a satisfacer una necesidad fisiológica (desahogarse) o un deseo sexual («alíviese usted primero don Tesifonte»); en argot, aliviar es robar, y también asestar un navajazo; en México, simplemente parir, lo cual, si somos mal pensados, nos llevaría a la sospecha de que nos están legislando una parida. En el léxico de la tauromaquia también se habla de faena de alivio y, aunque ya no se lleve, quienes tenemos una cierta edad hemos conocido el alivio de luto. Nos espera una temporada no de alivio, sino de aúpa. Confiemos en no tener que salir por el aliviadero de la historia con el pinganillo congresual colgando de la oreja.

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