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Hace tiempo que te tenía ganas, querido algoritmo, y que sepas que lo de querido lo digo solo por mera cortesía y porque hay gente de bien leyendo esto. Confieso que se me hace un poco raro escribir a alguien tan inconcreto, tan inmaterial pero al mismo tiempo tan sibilino y tan «hoja de ruta», que es el eufemismo que usaba mi tío Sebastián, mi padrino, para insultar al árbitro desde Tribuna mucho antes de que viniera Ayuso con eso de «me gusta la fruta». Lo recuerdo como si fuera anteayer. «¡Tablón, hoja de ruta!», y me sonreía. Qué grande.
Justamente eso es lo que cada vez más a menudo siento ganas de gritar a quienes manejan tus hilos con la aviesa intención, barrunto yo, de manejarme a mí, a mis gustos y a mis intereses. Esto viene a cuento de la fascinación que me invade desde hace unos días tras advertir el auge que está adquiriendo el llamado terraplanismo en esos foros virtuales que un día convinimos en denominar redes sociales, y que demasiada gente toma erróneamente como escenarios de debate reales. He querido tomar tal «corriente de pensamiento» -no le pongo más comillas porque no me dejan- como ejemplo de esa estupidez que amenaza con arraigar entre nosotros al grito de «es mi opinión, respétala».
Y es que hace unos días aterricé después de un tiempo en Facebook, aquel invento que muchos abrazamos un día muy, muy lejano creyendo en que nos ayudaría a recuperar amigos perdidos y ahora ya saben ustedes para qué ha quedado, un fangal boomer de publicidad engañosa, famosos manipulados por la IA que nos van a hacer ganar millones y de los amigos ya no hay forma de saber nada. No recuerdo que iba buscando, pero tras hacer clic en un vídeo sobre astronomía me quedé hipnotizado un buen rato leyendo los comentarios del personal, adornados por una ortografía aún más escasa que sus luces . Llamarles terraplanistas es quedarse muy corto. Allí se concentraban todos los negacionistas de la ciencia, los que no aceptan la 'verdad oficial', los más listos de cada clase. Bueno, ya saben, no voy a dar mas detalle ni ha hacerles promoción. Desde entonces siento cierto placer culpable sacando cada día un par de minutos para escandalizarme un ratito con lo que me muestran los algoritmos como tú, soldados que Zuckerberg me ha asignado para darme lo que aún no sé que me gusta, y que me brindan un asombroso ejemplo de acoso a mi inteligencia que me está haciendo reflexionar.
Caímos engañados en esas redes que creyendo que nos acercaban y unían, en las que compartíamos alegremente nuestras fotos familiares; creímos en ese pajarito azul, hoy siniestra 'X', donde la opinión del experto pesaba igual que la del necio. Pero no queríamos ver que eran redes para atraparnos y someternos, mientras gerifaltes como Musk, Zuckerberg y Bezos se llenaban los bolsillos traficando con nuestros datos. Hace una semana esos gerifaltes salían del armario posando felices como guardaespaldas de Donald Trump. Lo han conseguido. Ellos son los que ganaron las elecciones con vuestra inestimable ayuda, malditos algoritmos, y con nuestra inocencia. Ahora que somos plenamente conscientes queremos huir, puede ser demasiado tarde.
Cuando no pagas por algo, no eres el cliente, eres el producto. La frase atribuida a Andrew Lewis cobra hoy vigencia cuando empezamos a ser conscientes de nuestras limitaciones para manejar nuestro destino. Los hallazgos de la ciencia, los logros de la democracia, los valores de la solidaridad y la ética ya no se ven tan absolutos e irrefutables. Hay que bajar al fango para pelear lo que tanto costó conseguir. Y rebatir a los necios terraplanistas que nos encontremos en la vida real y a todo imbécil que reclame respeto a su necedad indocumentada. No será tiempo perdido.
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