Llueven piedras

Lo tenía todo preparado. Una IA me escribió el artículo de esta semana después de darle unas instrucciones muy precisas y puedo decir que el resultado era espectacular. Ingenioso, mordaz, con un punto cáustico. Asombroso. Y ninguno de ustedes se enteraría. Pero ha sucedido algo inesperado. Una manada de descerebrados invitada sutilmente por un ministro, nada menos, me ha querido linchar en una conocida red social y esto es algo que merece ser paladeado, como los licores añejos. A un ciudadano de a pie no le linchan todos los días. Hoy día, ser convertido en objeto de pimpampum da cierto status. Así que he querido sentarme a trabajar para compartir aquí qué se siente.

A estas alturas de la semana ya deben de conocer la historia. Óscar Puente, responsable de Transportes y exalcalde de Valladolid, decidió que era buena idea revelar en un hilo de la red 'X' que lleva un tiempo contabilizando las veces que LA GACETA le ha incluido en su sección de Opinión «Protagonistas», lo que él llama «manitas con deditos para abajo». Con mucho humor, sarcasmo y condescendencia, el simpático ministro pucelano quiso ridiculizar el criterio empleado por este periódico criticar su gestión al frente del departamento que dirige, en lo referido a las infraestructuras y servicios ferroviarios en la provincia de Salamanca. En suma, Puente señalaba a LA GACETA por ejercer la libertad de prensa.

Hace tiempo que perdí todo el interés por enzarzarme en cualquier tipo de batalla en las redes, un ring en el que el tonto siempre se creerá ganador y es imposible convencerle, pero fue más fuerte que yo. Enlacé el primer mensaje del ministro y escribí encima lo siguiente: «Que un ministro de mi país tenga al personal de su departamento dedicado a esta estupidez victimista mientras los ciudadanos de Salamanca sufrimos el sangrante abandono del servicio ferroviario es indignante. Usted se ha olvidado de lo que es el servicio público, señor Puente». ¿Quién me mandaría a mí meterme en esto?

Mi comentario recibió centenares de adhesiones en forma de «Me gusta», pero también un número mayor de comentarios que, obviando el asunto central de los trenes y Salamanca, se entregaban por igual a jalear la gracia del ministro y a insultar a este que suscribe. Minutos más tarde, Puente vio adecuado explicar que, claro, mi crítica se debía a que trabajo en el periódico de los deditos. Bum. Puedo asegurar que nunca en mi vida había sido objetivo de tanto improperio junto. Me cayó desde el simpático «papanatas» hasta todo el diccionario de exabruptos más soeces y salvajes que alcanzaron hasta a mis padres, que no llegaron a conocer Twitter, menos mal. Allí salieron todos los «oscarpuenters» a mi yugular. Fue toda una experiencia de la que salí, que quede claro, con cero daños en mi autoestima pero con varias conclusiones interesantes. Las resumo.

Desde Sánchez, Ayuso, Pilar Alegría y Feijóo a cualquier famoso que se permita opinar en público, muchos son objeto con frecuencia de estas lapidaciones digitales. Tanto en las premium como en esta mía mas modesta, la polarización determina que según a quién critiques o lleves la contraria, eres un progre de mierda o un facha asqueroso. Lo bueno es que cuando ya te han tachado de ambas dos cosas, todo lo que viene después te la sopla. Estás inmunizado, como lo estará el propio ministro, que también recibió burradas muy salvajes en esta polémica de los deditos. Pero a él la crítica le va en el sueldo. Y que un gobernante ataque a un medio de comunicación, aunque sea de forma sutil, o señale a un profesional sabiendo que su comentario activará a las hienas anónimas, me parece y me parecerá siempre repugnante.

Y hasta aquí. Les prometo que el próximo día no hablaré de mí.