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Me gusta Rafa Nadal. Siempre me ha gustado. Y no sólo por lo que ha sido capaz de hacer con una raqueta en la mano. Por eso me cuesta mucho comprender la polémica que ha suscitado su nombramiento honoris causa por parte de la Universidad de Salamanca. Hasta tal punto ha llegado la cuestión que uno de cada tres integrantes del Claustro de Doctores ha votado en contra de la propuesta.
El argumento básico de los críticos con la elección es que Nadal no cuenta con el pertinente reconocimiento y prestigio académico, cimentado en lustros de investigaciones y publicaciones. Es una obviedad. El de Manacor dejó sus estudios en 4º de la ESO para dedicarse profesionalmente al tenis; empezó entonces y no ha parado hasta los 38 años, cuando las lesiones le han obligado a lo que su mente se resistía. Él no ha buceado entre documentos y tesis, no sabe lo que es vivir en un despacho o trabajar de ocho a tres. Su vida ha sido una montaña rusa de torneos, hoteles, vuelos, entrenamientos y partidos, cincuenta semanas al año, con dolores y lesiones. Y en todo este tiempo, nunca se ha quejado o excusado. Es el ADN que le inoculó su tío Toni desde que empezó a soltar sus primeros raquetazos.
Su respeto al contrario, la humildad ante los desafíos, el esfuerzo y la gratitud como filosofía de vida, la amistad con los rivales, la honestidad en la derrota, la constancia y confianza en el trabajo... todos estos son, para mí, argumentos más que suficientes para que sea uno de los grandes nombres de este siglo. Merecedor del honoris causa y de mucho más. En una sociedad que premia más el 'parecer' que el 'hacer' Nadal dinamita esta tendencia con una vida demasiado coherente y cotidiana para lo que nos merendamos a diario. Salvo sus coqueteos con los petrodólares, no se le conoce ni polémica ni escándalo. Y si algunos ven en esta distinción una mera operación de marketing de la USAL para llevarse titulares y fotos de portada, yo aplaudo al que ha tenido la idea y a los que la han ejecutado y aprobado.
He leído que en 2014, Nadal rechazó el mismo nombramiento por parte de la Universidad de las Islas Baleares por la polémica que había surgido en su elección. Entonces, los puristas ganaron la batalla sin darse cuenta de que habían perdido la guerra.
Ahora, en Salamanca, espero que el chovinismo se pliegue ante la mayoría y amortigüe una protesta que sólo lleva a incrementar el nivel de ruido. Disfrutemos del momento. Punto a punto, que diría el bueno de Rafa.
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