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Montarse en un tren entre Salamanca es la experiencia más comparable a una travesía en diligencia por el viejo far west. Sólo le falta la emboscada de unos indios apaches en una curva entre Gomecello y Pitiegua. Tan asumida está esta sensación de aventura diaria entre los viajeros más habituales que entre su equipaje no falta el kit de supervivencia recomendado por la Unión Europea, con víveres, botiquín, manta zamorana y una linterna de pila de petaca. Van ataviados con botas, chaleco y sombrero de Coronel Tapioca y en el bolsillo interior de su uniforme no falta una carta de despedida a su familia, porque uno puede tener más o menos claro cuándo saldrá, pero no cuándo podrá regresar.
Uno se siente como John Wayne y tienes que reprimir el impulso de calzarte unos botines con espuelas, un pañuelo rojo al cuello y un chaleco con la estrella de sheriff en el pecho. Como muchos vagones están redecorados por gamberros-graffiteros, se echa de menos que no hayan replicado la estilosa tipografía de la West Fargo y el bonito color rojo de su carruaje. Lo que sí tienen muy logrado y está replicado con mucho acierto es el somnoliento traqueteo y el nivel de decibelios que se le presupone a una diligencia tirada por ocho corceles.
Cada día una aventura atravesando la meseta, masticando con tiempo los paisajes vestidos de un intenso verde salpicado con el amarillo de las colzas. Pero hay viajeros que no reparan en el innegable atractivo del campo, sólo están pendientes del reloj y de las incidencias de la web de Renfe, son aquellos incautos que confiaron en la puntualidad de la línea y que pensaron que llegarían a tiempo para enlazar con otro tren que les conduzca a su destino final. Pobres criaturas, desconocían que estaban en el lejano oeste.
Los retrasos son continuos y las quejas de los usuarios también, pero no sirve de mucho, más bien, no sirve de nada. Da la sensación de que la reducción, incluso la gratuidad, de los billetes del tren ofrece a Renfe un escudo protector ante las críticas. No puedes quejarte porque es gratis. Da igual si pierdes una cita con el médico o si fichas media hora más tarde en la empresa. Al final, no quedará otra que montarse en el caballo. Y no debería ser así. El servicio ferroviario es público y sufragado por los ciudadanos, y como tal, hay que exigirle unos estándares de calidad que aquí están muy lejos de cumplirse. Que tome nota el ministro Óscar Puente, al que le gusta mucho ir de John Wayne por la vida.
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