Lo reconozco. Me equivoqué de plano. Es más, no estuve ni cerca de acertar, me quedé a dos océanos de distancia, de Hawái a Bombay que diría Mecano. Así que mis capacidades como gurú político han caído en la cotización a ritmo del bitcoin. Hay que asumirlo. Siempre defendí que, en las últimas elecciones generales, las del 23 de julio, el peso específico de los partidos territoriales, localistas o regionales, iban a ser claves en el Congreso y en la configuración del nuevo gobierno. No sólo no ha sido así, sino que su papel ha sido irrelevante, quedando fuera del pastel parlamentario.

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Y no se crean que no he sufrido mi particular penitencia por mi disparada osadía, que alguna cena me jugué en el fragor de las quinielas preelectorales, apostando por formaciones como Soria Ya, Por Ávila, la UPL, e incluso Zamora Sí o Vamos Palencia. A lo loco. Nada, cero patatero. Ni uno sólo ha conseguido meter la cabeza en la pomada política nacional. Con unos comicios tan radicalizados entre los bloques de izquierda y derecha... o con unos o con otros... las formaciones que se desmarcan en esas posiciones ideológicas para fijar el terruño como argumento se han pegado un tortazo. Y mis apuestas han seguido el mismo camino.

Es más, hasta Teruel Existe, el pionero en estas lides, se ha quedado fuera de juego. La España despoblada se ha consagrado de nuevo al bipartidismo con la esperanza de apuntalar algo de estabilidad política y se ha estrellado contra una ración doble de la historia de casi siempre, la que dicta que los partidos catalanes y vascos tienen la llave de todo: el Congreso, la Moncloa y hasta del cajón de las chuches y del cuarto de las escobas. Me equivoqué cuando creí que el hartazgo de los castellanos y leoneses había llegado a rebosar y eso devendría en una suerte de reacción 'patriótica' que volcara el voto hacía esos partidos locales. Todos se han quedado muy lejos.

Y volveremos a escuchar los cánticos lastimeros de una tierra que vive con la certeza de no pintar nada casi nunca. Giraremos la mirada hacia el noroeste para lanzar las consabidas críticas que apenas sirven para dejar medio lleno el vaso de la autocompasión. 'Tenemos lo que nos merecemos', le escuchaba estos días a un paisano con pinta de reincidente. No comparto este tipo de cuñadismos pero entiendo su motivación, la de unas gentes saben que ahora tocan otros cuatro años en los que sus intereses, e incluso sus derechos, van a jugar en la Segunda División. En eso seguro que no me equivoco.

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