'Me han degradado, de alcalde a ministro'. La frase es del ahora archifamoso Óscar Puente en su despedida del Ayuntamiento de Valladolid. Su tono evidenciaba cierta sorna, un deje irónico que enmascaraba lo que es una aspiración política satisfecha por los favores prestados con Mr Waterloo. Que no se confíe el ahora ministro de Transportes porque la suya es profesión de riesgo, especialmente con Pedro Sánchez en la Moncloa, su fogosidad y voracidad acumula ya el nombramiento de 51 ministros desde el año 2018.

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Es una trituradora de cargos, una minipimer de ministros, el pasapurés de la política española, acostumbrada en estos últimos tiempos a carreras fugaces de los 'emergentes' de los partidos. En el caso de Puente, ha esperado el momento de dar el salto dentro de la M-30, y lo ha hecho cayendo en uno de los mayores charcos de la historia reciente de la democracia española: las cesiones a los independentistas. Tanto se ha comido el sapo de la amnistía y las concesiones económicas a Cataluña que nos lo quiere ahora vender a todos como lentejas. No cuela. Tampoco ayudan los ejemplos 'chuscos' que se ha sacado del bolsillo, que le han autodegradado en sus primeros días de gloria.

Precisamente eso, días de gloria, es lo que nos espera con Puente en la cartera de Transportes. Su trayectoria, que conozco bien, le avala como uno de futuros sujetos en el refrán: 'cada vez que habla... sube el pan'. Es político de personalidad y lealtad a Sánchez, y no duden que, si tiene que hacerlo, tomará decisiones impopulares. También para Castilla y León, arriesgándose a que le señalen en las calles.

Tras su irrupción en el Congreso en el fallido pleno de investidura de Feijóo algún comentarista le apodó el 'diputado jabalí'. Acertó en la capacidad de embestir, pero al igual que ocurre con el porcino, al que se le atribuye una falsa miopía, no se caracteriza Puente por falta de visión. Tampoco es Churchill, por mucho que él llegue a creerlo. De entrada, a ver cómo negocia los cientos de exigencias justas que le han llegado de los territorios y si en esto también saca el PSOE la doble vara de medir. Por cierto, en esa combustión frenética de cargos políticos anda también el PP de mudanza. Se ha acordado Génova de Alicia García, una de las exconsejeras de Juan Vicente Herrera. Tiene pinta de compensación territorial al PP de Mañueco pero veremos cómo se desenvuelve en una política nacional en la que lo que sobran son degradados.

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