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Hay historias que golpean, desarman y sanan. Sin previo aviso, como la lluvia que parte el otoño o el frío de un atardecer soleado, historias que merecen ser contadas una y otra vez porque rescatan la humanidad más pura de un mundo saturado de canalladas. Historias como La hija de la UCI, que ha escrito Javier Hernández y que ha publicado LA GACETA esta semana. Si no lo han leído, acudan a él siempre que puedan. Me lo agradecerán.

Les confieso que cuando encuentro alguno de estos tesoros periodísticos me lo reservo, como la última onza de chocolate negro, para el momento preciso. Sin ruidos ni prisas, paladeando cada párrafo y gozando de su autenticidad. Cuenta con un acertado tono la vida de una pequeña sin familia oficial reconocida, que sufre una grave enfermedad que no le ha permitido salir de la UCI pediátrica del Hospital. Ese es su mundo entero. Su universo.

Y allí es donde vive su única familia, la de los trabajadores del hospital, más que nunca, sanadores. Ellos la besan, la arropan y la hacen reír, y ella responde siempre con una sonrisa. Y leyendo, y releyendo el texto, descubro que me gustaría ser la doctora que le tejió una cola de sirena por su cumpleaños, y también la que se la llevó a casa para jugar con sus hijos y el que le dice todos los días que está cada vez más grande y más guapa.

Y deseo con fuerza que alguna familia tenga el coraje, la firmeza, la generosidad y el amor suficiente como para seguir con la tarea que ahora regalan médicos, enfermeras o celadores. Yo no soy tan valiente. Hasta que ese hogar de acogida pueda llegarle, Baby UCI pasará a un centro de cuidados especiales. Y en el hospital dejará un hueco inmenso, del mismo tamaño que el cariño que se llevará de allí, junto a la maleta con esa ropa que entre todos han reunido a lo largo de los años. Tantas lágrimas han vertido con ella, que las últimas serán para desearle mucha suerte en una vida nueva. Ellos siempre estarán allí.

Y me llena tanto esta historia que haría programas especiales en la radio, y abriría los informativos de la televisión, y grabaría una película de obligada difusión en todos los colegios y centros de trabajo. A los políticos, para desayunar, comer y cenar. Porque en un mundo tan plagado de mierda y de cabronadas una niña nacida sin esperanzas ha rescatado la esencia de la humanidad, un pequeño milagro surgido en un 'box' de un hospital en Salamanca. Y me alegro de que todos lo hayamos podido leer. Para eso, amigos lectores, existe el periodismo.

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