Vivir empieza a parecerse sospechosamente a eso que pasa entre votación y votación. Si hubiera salido adelante la propuesta de Sánchez a Feijóo también podría ser lo que ocurre entre cara a cara y cara a cara. Pero al final no será para tanto. En cualquier caso, vamos mucho a las urnas y así es normal que todo lo que sucede alrededor se vaya multiplicando.
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Mi abuelo siempre iba a votar, preferentemente a primera hora. Ya viví demasiados años en que no estaba permitido, argumentaba, así que ahora, mientras pueda...
Por eso yo también, hasta ahora, siempre voto. Lo hice aquella primera vez custodiando el sobre con más celo que Miguel Strogoff camino de Irkutsk en los tiempos en los que, al contrario de lo que veías por la tele, a ti no te dejaban meter directamente el papel en la urna, sino que lo hacía por ti el presidente de mesa.
Lo sigo haciendo ahora, cuando ya metes tú la papeleta señal de que cada vez somos más desconfiados (no sea que te toque en la mesa el Mago Pop y te dé el cambiazo en tus narices, debe de ser) , en los tiempos del selfie o autofoto a la hora de votar.
Lo que no recuerdo es la última vez que votó mi abuelo, aunque podría echar cuentas, supongo. Rumiaba el asunto hace dos domingos por la noticia de un vecino de Palencia que murió a sus 96 años en la mismísima puerta de su colegio electoral a los pocos segundos de haber depositado su voto en la urna.
Da que pensar ese último esfuerzo de aquel hombre que seguramente no saliera de casa presintiendo que ese podía ser su último día, o quizá sus últimas elecciones. O sí, y se dio el gusto de dejar expresado su deseo sobre quién debía mandar en su ayuntamiento.
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Porque el destino es así de caprichoso, al y fin y al cabo. Algún tiempo estuvo dándole vueltas el marido de mi amiga Elena, Jorge, sobre qué hacer con el DNI de su madre.
Sobre si pudiera votar o no una última vez antes de que el triste proceso irreversible que le iba dando dentelladas a su vida le cerrara los ojos para siempre.
El carnet caducaba a tres días de la fecha electoral. Semanas antes se dieron por vencidos ante una enfermedad que ya no iba a dar tregua y, cosas del destino, su madre falleció exactamente 80 minutos antes de que le caducara el DNI y a él se le paró el reloj de la muñeca no mucho después, justo cuando la estaban enterrando.
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Jorge es ordenado y meticuloso y estoy seguro de que ya había recogido del buzón la propaganda electoral de repente sin destinataria.
No como en mi portal, donde algunos vecinos, no muy cívicamente, sembraron el suelo con las papeletas de los partidos.
Así que ayer las personas que se encargan de la limpieza, viendo la que se nos viene encima, decidieron forrar una caja de cartón y escribir «papelera» y una carita sonriente. Pues puede ser el mejor destino para muchos votos.
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