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Es un prodigio de anatomía. Una celebración de la belleza del cuerpo humano. Encima, ha vuelto tan limpito, resplandeciente, que ahora las miradas se van a ese rincón, abajo a la izquierda, donde antes tampoco se reparaba tanto. Pasa como con su autor, Guido Reni, durante siglos relegado a una posición muy secundaria en los tratados y ahora en un pico de prestigio.
Se fue de la Purísima un buen cuadro de la Escuela Boloñesa y regresa un sensacional San Juan de Reni, tan blanco, tan delicado, que parece que en vez de colgado en El Prado hubiera pasado estos meses en un balneario. Tanto que, entre la comunidad de agustinas, sus propietarias, circula el temor de que les hayan dado el cambiazo. El otro, el «suyo» era más oscuro, con menos brillo en el color.
Le costó trabajo al responsable de recibir la obra convencer de la autenticidad de la entrega. Pero sabemos cómo funciona la mente humana y no nos cuesta imaginar a alguna pobre hermana reconcomiéndose, pensando qué habrá sido de su San Juan.
Cierto que nunca ha sido tan difícil distinguir lo verdadero de lo falso. Lejos quedan las cartas de gramatical galimatías en las que se nos prometía una suculenta herencia cuyo propietario no podía cobrar, por razones nunca del todo aclaradas, pero nosotros sí. Ahora recibimos réplicas perfectas de comunicaciones financieras, gubernamentales. Y en perfecto castellano.
Antes de ir a cenar, reservar un hotel o casi hacer cualquier cosa vamos a Google a ver la valoración, las estrellitas, y a menudo eso nos condiciona. Hace unos días, un conocido tiktoker la emprendía con un servicio de mantenimiento mecánico de Salamanca, hasta ese momento muy bien valorado.
La crítica furibunda del influenciador desataba un torrente de comentarios negativos de seguidores de esa particular secta que son algunos perfiles en las redes y la avería a punto estuvo de irse de las manos, hasta que se pudo demostrar que ninguna de esas valoraciones repentinas correspondía con verdaderos clientes.
Una vuelta de calcetín al supuesto poder de la comunidad. Un par de miles de seguidores ya permite amenazar a establecimientos o marcas con malas críticas si no pasan por el aro. Pesa la evidencia de que una vez que entra la duda, ya cuesta mucho librarse de ella (que se lo pregunten a Woody Allen).
Ya hay aplicaciones que se promocionan con la promesa de que sus críticas «son reales», porque hay un riesgo alto de que basemos nuestras decisiones en supuestas experiencias previas que son más falsas que el papa Clemente. Se acordarán: salió vivo de milagro de Alba cuando se corrió la voz de que se iba a llevar las reliquias de la Santa o a dar el cambiazo.
No ha sido el caso del gran Reni que ha vuelto para lucir junto a los Ribera, Rubens, Lanfranco o Bassano. Encima es gratis. Qué menos que ponerle 5 estrellas.
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