Bajo por la calle en obras de Alfonso de Rojas y me froto los ojos. En plena renovación de aceras, los operarios se afanan en todos los elementos necesarios. Nuevas baldosas, que no resbalan; estriado diferente para los entornos de los cruces, para facilitar el deambular a personas invidentes; y unos vistosos bordillos que van dejando muy bien rematados los tramos que ya están ultimados. Yo diría que falta algo: ¿Árboles?
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Resulta que ahora la acera es mucho más ancha de lo que era, lo que está muy bien, pero a nadie se le ha ocurrido que ya que estamos cabrían unos cuantos árboles que harían algo más humano el tránsito por una zona con mucho gris y coches.
Los árboles tampoco cupieron, a saber por qué, en la última renovación de aceras de Federico Anaya, donde espacio no faltaba y quedaron unos estupendos bancos a la solana, ideales para el cada vez más largo verano.
También se van a renovar calles de Garrido como Nardos, Petunias y la Encina. Aceras más anchas y elementos urbanísticos más modernos, pero tampoco árboles. Como en Los Olmos, recién finalizada una nueva acera de bastante anchura donde otra vez se ha preferido la baldosa al respiro verde (no sé si mientras se sube esa cuesta será algún respiro pensar que allá en lo alto espera un parque).
Cito calles sin ningún afán de inventario. Son lugares por los que paso con cierta frecuencia y en los que he sentido la decepción conforme avanzaban los trabajos. Se entiende que la Estrategia Verde de Salamanca también tenga sus vacaciones, sus días libres y hasta sus moscosos, pero es una pena que parezca que siempre está fuera del Ayuntamiento cuando se redactan los planes de las obras. Así cuesta creerse que la ciudad de verdad quiere cambiar.
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Seguramente, alguien podrá oponer a esta reflexión los árboles que se han plantado estos años en Salamanca. Y no le faltará razón para pensar que algunas cosas se han hecho bien. No creo que haya que conformarse con ello, ni con unos cuantos metros cuadrados de arbustos enjaulados.
En apenas dos semanas volvió a haber árboles en la plaza del Oeste (a los que deseo la mejor de las suertes en la siempre crítica etapa de adaptarse), señal de que cuando se quiere, se puede. Varios años se lleva esperando en Corregidor Caballero Llanes el cedro que derribó una ciclogénesis y nunca ha sido buen momento para replantar. Claro que yo tampoco estoy dispuesto a ir a ningún sitio a darme empujones con la Policía, cuerpo al que tengo el máximo respeto. Así todos estamos más tranquilos, pero sin árbol.
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A ver si se le acaban las vacaciones a la Estrategia Verde y hay más suerte en próximas intervenciones. Mientras, podemos disfrutar de los árboles que nos traen las navidades. El acertado de la Plaza Mayor, artificial, y el de verdad, elegantemente decorado, en Anaya. Y, de camino, me froto los ojos ante una Rúa sin terrazas.
Lo dicho, cuando se quiere, se puede.
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