Esos campeonatos eran una cosa muy seria. En el recreo, sin un control preciso del tiempo (hasta que el timbre sonara) y con el que pasara por allí como árbitro. Pero cuando se acercaban las festividades del colegio y de repente aparecían las redes en las porterías, los balones buenos (misteriosamente ilocalizables el resto del año en el almacén de material y que se podían rematar de cabeza sin miedo al traumatismo craneoencefálico) y los partidos eran de cinco contra cinco y no en plan asedio de Minas Tirith, es que había torneo.
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Algunas de las escenas deportivas más épicas las he vivido en esas competiciones y también las más amargas. Como aquella vez que nos pitaron un penalti dos segundos antes de que sonara el timbre. Ahí la ley no escrita era implacable: el penalti se tira y, pase lo que pase, se acaba el partido. Me toca lanzarlo. Tengo una idea trasgresora. Soy diestro bastante cerrado, pero lo voy a tirar con la izquierda, para despistar. El balón sale flojo y al centro. Algarabía rival. Pero ¿tú eres zurdo? (léase: tonto). No, tuve una idea –me excusé–. Pues vaya idea.
Pocos años después, Raúl González Blanco, lanzaba a las nubes el penalti contra Francia en los cuartos de la Eurocopa. El 7 blanco y yo rivalizamos en el honor de ser la mejor zurda del fútbol nacional en aquellos años. Siendo yo diestro y no habiendo salido del patio del colegio, pero es así. Me tienen que creer.
Es el mismo planteamiento, imagino, del redactor del preámbulo del Estatuto de Autonomía de Castilla y León. Alguien en 1982 se levantó trasgresor, exactamente igual que yo aquella mañana soleada de mayo en la que sentí que ser zurdo no tendría que ser tan difícil, y escribió: «También en las tierras leonesas y castellanas se pusieron en pie las primeras Universidades de España. Valladolid y Salamanca (ojo al orden) rivalizan en el honor de ser la más antigua».
Pues eso, a ver si cuela. Estos días ha caído sobre el presidente de las Cortes, Carlos Pollán, viva indignación por repetir simplemente lo que viene en la ley fundamental de la autonomía (cierto es que el caldo ya estaba espesado por las estupideces del líder de su partido contra la USAL).
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Lo malo de esas palabras no es que aparecieran en 1982, es que en la reforma de 2007 se mantuvieron y que a ninguno de los representantes salmantinos que se han sentado en ese hemiciclo desde entonces les ha parecido que había que cambiarlo, aunque solo sea porque mentir está feo. A algunos, con poder para proponer la modificación, no les habrá apetecido remover el avispero y otros, la mayoría, simplemente no han querido enfrentarse a las directrices de sus partidos, a pesar del respeto que debería merecer una institución señera y singular en la historia del país.
Todo un símbolo de nuestros males. Mientras, arrastramos una idea que alguien tuvo hace 40 años. Pues vaya idea.
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