Me miraban con ojos como platos. Venga ya, te lo estás inventando. Que nooooooo, que es verdad. La incredulidad sobrevolaba la mesa y es comprensible. Ellas viven tiempos en los que el móvil, complejos dispositivos o la inteligencia artificial multiplican las sospechas y los mecanismos anticopieteo. A ver quién se cree que a mí me dejaron solo, solito, solo, haciendo un examen final de Lengua en COU.

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—Mira a ver si tienes alguna duda, que me voy, que tengo mucho que corregir. Cuando acabes me lo llevas a mi despacho. —El despacho en cuestión estaba al otro lado del pasillo del aula en la que yo me enfrentaba a la prueba definitiva de la asignatura.

—Te dejo el examen, Lola. No he copiado, eh— le dije como excusándome a la profesora, una hora después. Ella apenas me miró por encima de las gafas. —Ya lo sé.

Cuando salí de aquel examen que por enfermedad tuve que hacer otro día distinto al del resto de la clase, mis amigos no daban crédito. Pero, ¿ni un vistazo rápido? Que noooo. Y como siempre, la voz de Nacho imponiendo cordura: hiciste bien, vale más que crean en ti que alguna décima que hayas podido perder en la nota.

Una lección valiosa que resume toda una búsqueda vital. La credibilidad. Que se gana difícil, que yo entonces sin duda no merecía, y que se pierde tan rápido. Pensaba en esto en los Cossío, ese feliz día de encuentro del periodismo regional, mientras me sorbía disimuladamente las lágrimas de orgullo por mi amigo Roberto, ganador junto a su compañero Xulio del premio de televisión por Negro, un documental sobre el impacto de la industria del carbón y su desmantelamiento en las cuencas mineras.

¿Si no contamos nosotros estas historias, quién las va a contar?, se preguntaba Roberto. Nadie. Y tampoco es tan fácil tener la credibilidad suficiente para merecer atención alguna. Ni caer de la nada y descubrir la pólvora.

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Hay que trabajar, preguntar, preguntarse, rondar y saber qué hacer con lo que tienes en las manos. A veces se rompe el molde, como el historión publicado aquí por Javier Hernández sobre la niña de la UCI, otras es simplemente saber mirar eso pequeño donde nadie más mira, pero donde también late una historia que merece la pena.

Pero para que la rueda siga girando hay que seguir yendo al kiosco por las mañanas, encendiendo la radio, poniendo la tele. Ahí estamos, contando noticias grandes y pequeñas que, no nos engañemos, nadie más va a contar. Tan cerca pero tan lejos de Madrid o Barcelona y sus preocupaciones. Cada vez más solos. Los medios locales, qué voy yo a decir, son un tesoro que hay que cuidar, con los muchos peros que se quieran poner. Imaginemos un futuro informándonos por redes, cuentas falsas en manos de canallas, portavoces de partidos que ya propagan abiertamente bulos, difamaciones o medias verdades. Eso sí que pinta negro como el carbón.

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