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Un rasgo de mi generación es saberse los episodios de los Simpson de pe a pa. En uno bastante polémico la familia acaba viviendo una estancia poco agradable en Tokio.
Su choque con la cultura nipona se evidencia en varios aspectos, entre ellos un brote de epilepsia colectiva ante el parpadeo maligno de los ojos de los anime. Afortunadamente, para desarrollar un episodio de epilepsia fotosensible hace falta, en general, una tasa de repetición muy alta. De eso que nos libramos en algunas calles, plazas y balcones estos días.
En italiano se habla de campanilismo para explicar esa rivalidad ciega que a veces se establece entre una población y las de su entorno que lleva, de ahí su nombre, a construir el campanario más alto, aunque sea un solo centímetro, que el del vecino.
La evolución local es el lucecismo, dícese de la guerra por dónde hay más luces de Navidad. Se habla de miles y miles de bombillas en una competición que, se supone, se traduce en grandes repercusiones económicas en forma de visitantes (¿dejaría de visitarse la Plaza Mayor de Salamanca si prescindiera de la discutible campana que la invade y optara por algo más discreto?).
Aunque tras cada dato de bombillas llega la cantinela del «bajo consumo», la inversión que requieren tales exhibiciones no es poca. La famosa Navidad de Vigo cuesta más de 2,5 millones de euros, que, no obstante, quedan lejos de los más de 4 millones que destina Madrid a este fin.
No discuto que sea alegría, ilusión, ambiente mágico y lo que quieran, pero es un dinero. Lo mismo ocurre en casa: con el mejor contrato posible, cada bombillita led de bajo consumo costará al mes, de media, casi 50 céntimos. Multiplique el precio de la ilusión.
Todo en una sociedad en la que —lo siento, hay que recordarlo— muchas familias no pueden pagar la calefacción por el precio de la energía, aunque este año ya no se habla mucho de ello, como de tantos dramas que quedan a los pocos días fuera de foco. ¿Y aquello de apagar los escaparates a las once y poner el termostato a 19 grados?
Luego está esa otra parte: sea más caro o más barato, el consumo de energía siempre es contaminación. Cuesta entender por qué el llamamiento a la moderación ante un panorama climático más que complicado hace un paréntesis durante un largo mes en el que todo parece valer con tal de atraer al consumo (jamás he decidido comprar en un sitio o en otro porque tuviera más luces o menos).
Hace poco, un informativo nacional dedicaba un gran espacio a la Cumbre del Clima dibujando un futuro cercano próximo al apocalipsis. Apenas unos minutos después, se emitía una 'curiosa' noticia sobre un señor que había batido el récord de hacer flexiones desde el patín de un helicóptero, en vuelo fijo y contaminante durante horas. A ver si las luces en vez epilepsia lo que nos llevan es a la esquizofrenia.
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