Era una de esas fechas en las que se superponen círculos rojos en los calendarios. Tal fiesta en Madrid, tal celebración, tal puente. Días que vienen precedidos de operación especial, seguimiento del helicóptero de la DGT y demás parafernalia. Vale cualquiera de los que se le venga a la mente. El caso es que habíamos reservado para comer, movidos a celebrar nuestro propio calendario. Donde casi siempre, donde Rosa y Santiago, que es como ir a casa. La sorpresa nos esperaba a la puerta. Cerrada a cal y canto a la hora convenida para nuestra llegada, que nunca es demasiado temprano (somos, digamos, más bien del segundo turno… o del tercero). La algarabía tras los cristales nos tranquilizó, aunque no del todo, porque hubimos de llamar más de dos veces. Y de tres.

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Mientras, en la céntrica calle algunas personas que pasaban mantenían una tibia expectativa ante nuestra operación. Espera, que igual abren. A esa hora, había muchos Josés desesperados buscando posada por los alrededores. Click, clack. El ruido del engranaje poniendo fin a la espera. ¿Pero qué hacéis cerrados? La mirada un poco agobiada, disimulada con la socarronería habitual. No os hacéis una idea, llevamos media hora diciendo a gente que no hay ni un sitio para comer, que si no tienen reserva, nada; hemos cerrado porque si no no hacíamos otra cosa. Pasamos, sintiéndonos inevitablemente privilegiados ante el lamento de fondo de quien había esperado un golpe de suerte a la misma puerta. Lo siento. Estamos llenos.

Uno de esos días difíciles que, ciertamente, no se repiten tanto, pero son cada vez más frecuentes. Es como si una parte de la ciudad fuera insuficiente para el aluvión de visitantes. Un zafarrancho que invita a huir. Una fiesta, como le pasaba a Ismael Serrano, a la que los únicos que no parecen invitados somos los salmantinos. ¿Un sábado de puente al centro? ¡Ni loco! Lo hablábamos al hilo de la nueva adaptación de Ripley. La serie se ha rodado en gran parte, con exquisito gusto, en una arrebatadora Italia en blanco y negro. Tom va y viene de hotel en hotel y de local en local. Imagínate presentarte en un hotel de Venecia sin haber hecho reserva hace 6 meses, me decía mi amigo Rober. Es el detalle que más increíble nos parece hoy de la historia de Patricia Highsmith. Sin reserva, se hubiera acabado la serie en el episodio dos.

Es la nueva normalidad. Pero también es necesaria racionalidad y medida. Aunque lo parezca, el interés común no gana por tener una ciudad invivible cada tres fines de semana, ni el sector turístico tampoco. No se disfruta una bellísima ratonera colapsada. No es razonable una Sánchez Barbero peatonal atiborrada de terrazas, sin sitio para dar un paso. Hay que reflexionar, aunque es difícil pensar en ponerse a régimen cuando asoma la tarta de chocolate. Aunque acabemos de proclamar que estamos llenos.

 

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