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Lleva unos meses la comunidad cultural con la mosca detrás de la oreja a la espera de ver cómo coge forma esa descolonización museística que, de momento, es el principal aliciente discursivo de Urtasun al frente del Ministerio de Cultura. Algo que parece el típico asunto que no se sabe muy bien cómo empieza y menos aún cómo termina. De momento, Juan David Correa, ministro de Cultura de Colombia, apela a la cuestión para solicitar el regreso al país americano del llamado Tesoro Quimbaya que se custodia en el Museo de América de Madrid. La fastuosa colección fue regalada en 1893 por el presidente colombiano Carlos Holguín Mallarino a la regente española María Cristina por el arbitraje de la corona española en una cuestión fronteriza con Venezuela. Holguín regaló algo que no era suyo y no contó con el aval de su parlamento, lo que hubiera sido hoy preceptivo y entonces recomendable.
Ciento cuatro años después el Estado español adquiere el Calvario de la capilla del Palacio de los Águila de Ciudad Rodrigo a la familia Bernaldo de Quirós por 460.000 euros (77 millones de pesetas). Es una absoluta obra maestra de Juan de Juni, de mediados del siglo XVI. Su estado es deplorable y urge una restauración que se hará, dónde mejor, en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Se dio por hecho que tras la intervención regresaría a su lugar de origen. Pero no. Los técnicos del museo ven lo que se traen entre manos y consideran que lo oportuno sería que el Calvario permanezca en el centro estatal.
Desde entonces en Ciudad Rodrigo hay un clamor que va y viene para que el Juni regrese. Solo de manera temporal retornó en 2006 coincidiendo, más o menos, con las Edades del Hombre y se fue de vuelta a Valladolid en el año 2009, de madrugada y sin aviso previo. Y hasta hoy.
Pero Juan de Juni no creó el Calvario para la sala 9 del Museo Nacional de Escultura, sino que lo hizo por un encargo específico del hoy arruinado Convento de San Francisco mirobrigense. Conviene siempre que una obra permanezca en el contexto para el que fue creada y, Ciudad Rodrigo no es zona bélica, ni de terremotos. A pesar de ello, en 2021, el Gobierno, entonces siendo ministro Iceta, negó el traslado con el fin de «evitar cualquier peligro de conservación». Un laberinto curioso. No se ponen las condiciones para que haya un centro cultural de primera línea en Ciudad Rodrigo (la prometida y olvidada subsede del propio Museo Nacional de Escultura) y luego se aduce esa ausencia como motivo.
La salida del Juni no sería una gran merma para un museo que ofrece una colección maravillosa (ya tiene un soberbio Santo Entierro del mismo escultor francés) y sí puede ser una palanca de impulso al eternamente castigado Oeste. Por si acaso, que en vez de una charrada los mirobrigenses vayan ensayando un vallenato para la próxima vez que lo pidan.
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