Solo se me ocurre una cosa más decepcionante que las fotos con el móvil a la luna (lo que en tu retina parece que va a ser la imagen de tu vida se convierte en una mancha blanquecina desenfocada) y es la ordenanza de terrazas hosteleras de Salamanca. La tan esperada nueva regulación municipal que venía, se dijo, a resolver el problema insoslayable de convivencia en el uso del espacio público puede calificarse ya de fiasco.

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Lejos de poner algo de racionalidad en la colmatada Rúa —habría que sacar el metro láser de precisión para discutir si el viandante ha podido ganar algún centímetro o no— lo que ha traído es la pérdida, nueva o consolidada, inexorable me temo, de más espacios. La ciudad se privatiza. Apenas hay lugar para el disfrute ciudadano, para vivir o pasear, en Poeta Iglesias, Sánchez Barbero, plaza del Ángel o de la Libertad. Entre otros.

Me duele especialmente El Corrillo, un lugar encantador en el que ahora no hay más remedio que pasar de lado. Recuerdo cuando el Ayuntamiento tuvo a bien hace años consultarme mi parecer sobre el emplazamiento de la estatua a Adares y con el mapa de la plaza extendido encima de la mesa del concejal de Cultura costaba encontrar una alternativa que salvara todos los requisitos de tránsito de vehículos emergencias y distancias mínimas de paso. Supongo que ya todas esas cosas no importan, porque nunca el hermoso Corrillo había estado tan imposible. Por no hablar de lo violento que debe de ser sentarse en esos bancos junto a Juan del Rey con los veladores literalmente encima.

Conviene subrayar que estas críticas no van contra las terrazas en sí, de las que yo soy usuario y disfruto, sino contra una proliferación irracional y desmesurada que expulsa al ciudadano de un espacio que es suyo y que acaba totalmente privatizado. Se suele oponer, de forma maximalista, a cualquier reparo contra esta superpoblación el argumento de la generación de riqueza y supuesto empleo.

Es más que dudoso que la agobiante cuarta fila de la Plaza Mayor haya supuesto una gran generación de puestos de trabajo en sus respectivos locales sobre cuando había únicamente tres líneas. Por otra parte, yo también podría asegurar que si tapo con una lona la fachada de la Universidad y buscar la rana pasa a costar 1 euro, sería capaz de contratar a varias personas para ese trabajo y ganarme un buen dinero, tras pagar a la Universidad un exiguo canon. ¡Pero la fachada no es tuya! Claro que no, y de eso se trata.

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Leía la perturbadora Tasmania (Paulo Giordano, Tusquets) que sobre todo va de tener un plan b en la vida y pensaba que por el cambio climático, el covid, o vaya usted a saber, pero sobre todo por no vernos abocados a un mercado laboral no cualificado y raquítico, Salamanca no puede apostarlo todo a la hostelería y a cualquier precio. Urge un plan b.

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