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Vivir en un bloque de vecinos bastante grande tiene algunos inconvenientes, como ver a esa gente correr por el pasillo y pulsar desesperadamente el botón del ascensor para evitar compartir viaje, pero también tiene algunas ventajas: nunca faltan historias. Durante varios días, en una repisita al lado del ascensor ha permanecido, reverentemente respetado por la concurrencia del portal, un papel cuadriculado, doblado con mimo, y con un mensaje de exquisita caligrafía. «Para Silvia. Por favor no lo tires. Feliz San Valentín».
Otra cosa de estas comunidades grandes es que casi nadie se conoce. Así que no sé quién es Silvia, ni quién le escribe. Ni siquiera si cuando el papel desapareció lo habría recogido ella o algún malvado. Pero parecía el comienzo de una bonita historia a lo Truman Capote, sin escaleras de incendio.
Me pregunto si en las clases se seguirán pasando notas, si aparecerán declaraciones apasionadas de admiradores secretos, ahora que casi todo se mira a través de una pantalla. Igual el enamorado, o la enamorada, de Silvia no tiene su perfil de Instagram y no le ha quedado más remedio que salir al campo de batalla a pecho descubierto, sin cobertura de fuego y sin un triste casco por si salta rebotada la metralla.
Como cuando tenías que llamar al teléfono fijo de su casa y preguntar con la voz más inocente del mundo que si estaba la chica, por favor, y te había cogido su padre y le escuchabas de fondo avisarla con un retintín in crescendo cuando las llamadas se iban haciendo más habituales.
Pertenecemos, quizá por eso, a una generación que tiene interiorizado que para las cuestiones importantes de la vida conviene dar la cara. Se recela de esas cuentas anónimas de las redes sociales llenas de guiones bajos, cadena de números y fotos de personajes de series como perfil que solo propalan odio y veneno.
Y cuando el que se esconde en vericuetos es el Gobierno de tu país, el recelo está más que justificado. Como con el proyecto de un centro de acogida temporal de personas migrantes en Puente Ladrillo. Obras de tapadillo. No se sabe nada. Es un proyecto que... Hay que ver si al final es una cosa u otra… cuando la realidad está clara desde el principio.
Es, a qué negarlo, una cuestión extremadamente espinosa en la que se debe actuar con altura. No apunta a nada bueno que todo un Gobierno ande jugando al despiste (al propio PSOE salmantino no se le ocurrió mejor apuesta que el argumento de que todavía no está nada decidido) ... como si estuviera haciendo algo malo. Estamos ante una crisis humana sin precedentes y como decía la antropóloga Margaret Mead: «Ayudar a alguien necesitado es donde empieza la civilización».
También es verdad que el Gobierno que nos ignora (la lista es tan larga que aburre), solo se ha acordado de Salamanca para esto, medio a escondidas y sin apariencia de planificación alguna. Al menos a Silvia le dejaron una carta firmada en la escalera.
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