Hace cuatro años, el Liverpool -mi equipo extranjero favorito de la infancia- le metió cuatro al Barcelona de Messi en semifinales de Champions. El conjunto entrenado por Valverde aquel año se las prometía muy felices puesto que llegaba a Anfield con una ventaja de tres ... goles. Sin embargo, como ya le pasara con la Roma el año anterior, quedó eliminado de forma bochornosa.

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Si algo recuerdo de aquella noche fue la reacción de Cristóbal Soria, un barcelonista acérrimo, en el programa deportivo nocturno que todo vemos cuando nuestro equipo rival pierde. Sí, aquel «Chiringuito» pasó a la historia de la televisión por su histriónico monólogo en el que no dejaba de exclamar con su particular acento andaluz: «¿Dónde están los tíos? ¿Dónde están los tíos...?» Se refería lógicamente a la falta de carácter -arrestos diríamos por estos lares- de los jugadores para disputar aquel partido de infausto recuerdo para los culés.

Quizá no sea la expresión más acertada en estos tiempos de abrumadora corrección política para expresar lo que quiero decir. Pero creo que todo el mundo lo entenderá. Que me perdonen «los-las-les pieles finas».

Porque esa misma pregunta me la llevo haciendo justo desde que Santos Cerdán anunció que el PSOE había alcanzado un pacto con Carles Puigdemont para conseguir la investidura de Pedro Sánchez vendiendo a cambio la democracia española como hasta ahora la habíamos entendido. Con separación de poderes, con reparto equitativo de las riquezas, con igualdad de todos ante la ley... Vamos, esas pequeñas nimiedades que conforman una sociedad democrática.

Una vez logrado el favor del prófugo, el resto era pan comido. Hasta Coalición Canaria ha caído en la telaraña sanchista sabiendo que podía sacar tajada, que se había abierto la veda y había mucha caza. Su única diputada, Cristina Valido, tendrá que dar alguna que otra explicación. Al fin y al cabo, su partido gobierna en las islas con el PP. Pero aquí todo vale.

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El «tutti frutti» de formaciones políticas que van a apoyar a Sánchez a partir de mañana para que continúe durmiendo en La Moncloa es digno de ver. Los comunistas, quienes ni entre ellos mismos pueden verse, seguirán aferrados a la pierna sanchista para pillar algún ministerio con el que armarla al modo de la «ley del solo sí es sí». Y luego hay 26 diputados independentistas, nacionalistas, de derechas, de izquierdas, con asesinos en las listas, con futuros amnistiados, con una máxima en común: España es el enemigo, solo nos gustan sus tetas, mientras sigan dando leche.

Por eso, ya solo queda preguntar a los 120 diputados socialistas -excluyo al rey loco de Pedro Sánchez por motivos obvios- ¿dónde están los tíos? ¿Quién tiene el coraje de actuar en conciencia? ¿Quién no se deja convencer por un argumentario barato enviado por correo electrónico mientras ve a todo el Poder Judicial echándose las manos a la cabeza ante la ley de amnistía que ayer mismo se registró en el Congreso bajo el nombre de «Ley Orgánica de Amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña». Ahí es nada.

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Una amnistía que como muy bien ha escrito mi filósofo de cabecera, Javier Gomá, es ilegal, inmoral e inoportuna. «Hay cosas que simplemente no pueden hacerse -decía este domingo en un medio nacional-, aunque sea por un principio de pudor, ultima ratio de la conducta civilizada». Y eso es lo que les va a faltar a muchos de esos 120. Incluido a nuestro David Serrada, único diputado socialista por Salamanca, cómplice también de esta infamia.

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