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Después de tantos días pasados por agua, el personal tenía unas ganas enormes de salir al campo este fin de semana para dejarse acariciar por los rayos de sol. Por eso, a nadie extrañó que la ruta senderista «Arribes del Duero» congregará a más de setecientas personas en Mieza, siendo una de las ediciones más multitudinarias que se recuerdan.
Así que animado también por la alegría que transmite el astro rey en primavera, el domingo desempolvé las botas de monte y me decidí a dar un paseo, junto a unos amigos, por esos bellos caminos que recorren nuestra provincia. El objetivo lo encontré fácilmente en la cuidada publicación que entregó gratis LA GACETA el pasado viernes titulada «60 tesoros de Salamanca». Elegí las Ollas de la Sapa, un precioso paraje cincelado por los caprichos del río Alagón muy cercano a la localidad de Monleón, cuyo imponente torreón atrapa por su belleza al viajero. Sé que resulta imperdonable, pero no lo conocía.
La ruta no tiene apenas dificultad y sí mucho encanto, dado que hasta llegar a estas marmitas de gigante, que nos saludan junto a una bonita cascada, atravesamos un puente de lanchas, pasamos junto a un par de fuentes e incluso pudimos visitar el poblado visigodo altomedieval de Monte Alcaide.
Una maravilla de no ser por el estado de abandono en que se encuentra la señalización del itinerario. Carteles tirados por el suelo, ilegibles en su mayoría por el paso del tiempo, provocan la desazón en el caminante. Menos mal que la senda no tiene pérdida y que hay cobertura suficiente para que las aplicaciones de mapas funcionen con normalidad. Pero no es de recibo encontrar junto al camino, en medio del monte, un panel publicitario de lugares turísticos de Castilla y León mientras el resto de indicadores de la ruta en sí están pidiendo a gritos ser cambiados.
Cuando ayer leía en el periódico que la ruta de Carlos V, que atraviesa Rágama, Peñaranda, Alaraz y Gallegos de Solmirón, también padece la dejadez de las instituciones me dije: «algo está fallando».
Este itinerario europeo, que en España discurre desde Laredo, en Cantabria, hasta el monasterio cacereño de Yuste, se encuentra dejado de la mano de Dios cuando pasa por nuestra provincia. La señalización escasea y apenas se ve, y su promoción turística es nula. O al menos no tiene nada que ver con la que están desarrollando en otras provincias como Ávila, donde incluso organizan llamativas escenificaciones del paso del emperador en su último viaje hacia el lugar donde vivió los últimos años de su vida. Al parecer, hay dinero europeo para potenciar este camino. Así que estamos tardando.
Y si de oportunidades perdidas hablamos, La Covatilla se lleva la palma. Parece mentira que un fin de semana como el pasado, con un sol espléndido y más nieve que nunca, la estación solo tuviera cinco de las diecinueve pistas de esquí abiertas. Ni un kilómetro abierto de los más de diecisiete esquiables que tiene la estación. Y todo porque el telesilla no funciona al no haber pasado satisfactoriamente la correspondiente inspección de la Junta.
Luego, a los políticos se les llenará la boca hablando de un plan de inversión de 4,2 millones de euros, con cargo al Plan de Reindustrialización de 2018, para revitalizar la estación, pero la cruda realidad es que muchos de los aficionados a los deportes de invierno, tras haber pasado por La Covatilla durante esta temporada, le pondrán la cruz y no volverán porque creerán que su oferta no es seria.
Demasiadas sombras para cuando sale el sol.
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