España está llena de sanchistas conversos. Que se lo pregunten al actual ministro para la Transformación Digital y la Función Pública, Óscar López, quien, tras la dimisión forzada de Pedro Sánchez como mandamás del PSOE en 2016, se pasó al otro bando y apoyó a Patxi López en las primarias del año siguiente. A pesar de su «traición», el «número uno» le ha ido perdonando hasta que le ha confiado incluso la difícil labor de enfrentarse a Isabel Díaz Ayuso en la batalla por la Comunidad de Madrid.
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El último sanchista converso -y confeso- ha sido el alcalde de Soria, Carlos Martínez, que el pasado fin de semana era ratificado como secretario general del PSOE en Castilla y León en el congreso autonómico socialista celebrado en Palencia.
Así lo manifestó delante de quien vino fugazmente el sábado a apadrinar el relevo socialista en la región al ritmo de «Agradecido», la canción de Rosendo que resonó en el cine Ortega con frases como «eres tú mi artista preferida», «nadie te va a alcanzar, no tienes rival» o «prometo estarte agradecido». Todo un ejercicio de culto al jefe. Para que no haya dudas de su inquebrantable adhesión a Pedro Sánchez.
Pero, como si no fuera suficiente con esto, el domingo invitó a la clausura del acto al expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, cuando todavía debía dolerle el apretón de manos de Carles Puigdemont en Suiza. Un poco más de sanchismo en vena.
Qué más da si cuarenta y ocho horas antes, el nuevo interlocutor gubernamental con el prófugo de la Justicia había vendido otra parte de España por un «déjame en paz esa cuestión de confianza». Allí, en aquel escenario en el que la purga ya se había ejecutado y los puestos de confianza ya estaban repartidos, no se ruborizó nadie al verlo puño en alto. Ni siquiera se reflejó en las mejillas de los presentes el rojo de los carteles del fondo. «Aquí, todos sanchistas -se dijeron-, que se está más calentito».
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Y en esas estaban, cuando el converso soriano lanzó un llamativo discurso. Apeló a todos los presentes a que dejaran a un lado «la camiseta provincial» para «querer a nuestro territorio desde nuestra nueva responsabilidad autonómica».
Quería apaciguar el gallinero. No en vano, hace unos días el alcalde socialista de León y este domingo su compañera de partido y primera edil de Palencia arremetieron contra el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, por el macroproyecto de estación de ferrocarril que quiere levantar en su Valladolid natal por nada menos que 253 millones de euros. Que se dice pronto. José Antonio Diez criticó «el alarde provocativo e innecesario» de esa faraónica inversión cuando su ciudad sufren un continuo «abandono» por parte del ministerio; y Miriam Andrés afeó a Puente que negara el soterramiento del tren en Palencia recordándole que «cuando se llega a los despachos ministeriales, se pisa poco la calle y se está apartado de la realidad de lo que pasa en las provincias».
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Incluso hubo un amago de incluir en la Ponencia Marco del Congreso Autonómico la posibilidad de promover desde León una consulta a las bases del partido sobre la autonomía. Pero la idea levantó tantas críticas, hasta dentro de los propios asistentes, que se prefirió recular para no exacerbar los ánimos. Ya habrá otro momento.
En fin, que si no conocían como los procuradores regionales socialistas salmantinos defendían los intereses de su provincia, imagínense a partir de ahora.
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