He terminado de leer hace un par de días un libro que les recomiendo encarecidamente. Se titula «La península de las casas vacías», una maravilla salida de la pluma del joven jienense David Uclés en la que relata una especie de historia de la guerra civil española en clave de realismo mágico. No les voy a adelantar el argumento, no teman. Pero sí voy a destriparles un capítulo que todavía me tiene encogido el corazón.

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Ocurrió después del 25 de enero de 1938, una fecha que quedará en el recuerdo porque el cielo se tiño de rojo como consecuencia de una tormenta geomagnética, que pasó a la historia denominándose la «tormenta de Fátima». Según la imaginación de Uclés, pocos días después de este fenómeno meteorológico, las cuevas subterráneas de la Península Ibérica estaban rebosantes de sangre y el volcán sobre el que estaba asentada entró en erupción. «Solo iba a necesitar medio día para soltar toda la muerte que había soportado y toda la sangre almacenada desde hacía más de año y medio. Nadie podría restañar la herida». Y, a continuación, el autor propone que busques el Réquiem: II. Kyrie de György Ligeti, pongas tus auriculares a todo volumen, y leas las siguientes páginas que describen de forma estremecedora la destrucción de la Península Ibérica. En la primera de ellas, solo aparece una frase, con las letras diseminadas por toda la superficie del folio, que reza: «la península quedó completamente herida y agrietada». A partir de ahí, hace un recorrido por la devastación que azota a España y Portugal. Incluso aparece la salmantina Casa de las Conchas que, junto al palacio de Jabalquinto y el del Infantado de Guadalajara, sufrió tal estremecimiento que sus paredes expulsaron los ornamentos platerescos y se quedaron lisas del todo.

Puede que la intención del escritor sea reflejar otra cosa distinta, pero, en su vasto recorrido geográfico lleno de desolación, yo vi con estremecimiento a «las dos Españas». Y me dejó mal cuerpo.

Por eso, me encorajino cada vez que veo a Pedro Sánchez aprovechar el guerracivilismo para intentar desviar la atención de los verdaderos problemas que azotan el país.

Lo hizo la semana pasada al anunciar la celebración de más de un centenar de actos para conmemorar la muerte del dictador Francisco Franco, que se ha convertido en la muletilla que salva al presidente cada vez que pintan bastos.

Da igual que el tirano muriera en la cama, da igual que Juan Carlos I se convirtiera en el jefe del Estado designado por el propio Franco, da igual que Arias Navarro continuara dirigiendo el país hasta julio de 1976, da igual que hasta diciembre de ese año no votaran los españoles la Ley para la Reforma Política, da igual que hasta junio de 1977 no hubiera elecciones democráticas, da igual que hasta finales de 1978 no tuviéramos una verdadera Constitución. Da igual. A Pedro Sánchez, que apenas tenía tres años en 1975, le interesa en estos momentos resucitar al gallego para lanzar una especie de alerta antifascista, que, según cree, le volverá a dar buenos resultados ante unas hipotéticas elecciones anticipadas. Que están más cerca de lo que puede parecer.

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Yo, qué quieren que les diga, seguiré leyendo libros sobre la guerra civil, porque es un periodo de la historia de España que me apasiona. Y, por supuesto, seguiré trabajando para no reverdecer el enfrentamiento entre los españoles. Así que no creo que el año que viene vaya a ninguno de los actos que organice el Gobierno con motivo de la muerte de Franco. Será más fácil que me vean en las actividades que se organicen para recordar el centenario del nacimiento de nuestra Carmen Martín Gaite. Resulta más edificante.

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