Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ver calles otrora comerciales con innumerables locales vacíos luciendo un cartel de «se alquila» o «se vende». El paisaje del centro de la ciudad ha cambiado tanto en los últimos quince años que resulta irreconocible. Y el problema es ... que no parece que esta coyuntura tenga una fácil solución.
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El comercio como lo conocíamos está en vías de extinción. Las páginas de este periódico han ofrecido este puente de San Juan de Sahagún unos datos verdaderamente preocupantes. Por un lado, la caída del número de autónomos que se ha cebado especialmente en nuestra provincia. Resulta llamativo que vivimos en el momento con más afiliados a la Seguridad Social que se recuerda en Salamanca y, sin embargo, el número de trabajadores por cuenta propia se encuentra en un mínimo histórico. La cifra de autónomos no ha dejado de caer desde el año 2009, es decir desde que la crisis económica comenzó a llegar a nuestras fronteras. La sangría se ha cebado especialmente en el comercio. Tanto la irrupción de las grandes superficies como la venta online han hecho saltar por los aires el comercio tradicional y pocos se arriesgan hoy a abrir un nuevo establecimiento, aunque sea una franquicia de reconocido prestigio. Cada vez es más difícil que cuadren las cuentas de un plan de negocio realista.
A pesar de su dureza, el campo no era un mal refugio para quien quería emprender en nuestra provincia. Pero, no sé si habrán visto el motivo por el que Salamanca ha copado buena parte de la información de los telediarios. Los ganaderos están en pie de guerra porque no les compensa seguir con sus negocios. Se están arruinando literalmente. Y los agricultores tampoco andan para tirar cohetes. Por eso, no es extraño que el sector primario protagonice también una caída de autónomos espectacular.
Y la tercera pata de esta mala situación para el emprendimiento la completa la hostelería, que en otro tiempo era uno de los buques insignia de los negocios en la ciudad.
Todavía recuerdo cuando en los periódicos había cierta bohemia y los plumillas nos reuníamos en torno a una copa para arreglar el mundo. Daba igual el día de la semana: siempre había garitos abiertos hasta altas horas de la madrugada dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos a aquella fauna nocturna que poblaba la ciudad del Tormes. La fama de la marcha salmantina traspasaba fronteras y no eran pocos los que venían y todavía siguen acudiendo atraídos por los cantos de sirena de establecimientos originalmente decorados, musicalmente adelantados y excepcionalmente servidos. Admitámoslo, aquello ya pasó. Y hoy el ocio nocturno salmantino no llega ni a la mitad de lo que representaba antes de la pandemia. Ya no te encuentras a aquellos emprendedores que se liaban la manta a la cabeza y, con mucho esfuerzo y horas sin sueño, ponían de moda un local que acaba convirtiéndose en mítico para generaciones. Obvio dar nombres de algunos de ellos, pero están en el imaginario colectivo de todos nosotros.
Para todos -nuevos comerciantes, nuevos agricultores y ganaderos, nuevos hosteleros- emprender en estos momentos es un acto de heroísmo. O de inconsciencia. Y es que a pesar de que en todos los grados de la Formación Profesional existe la asignatura de Formación y Orientación Laboral encaminada hacia el emprendimiento, la cruda realidad es que los jóvenes de ahora prefieren trabajar por cuenta ajena o preparar unas oposiciones que les garanticen un sueldo. A falta de verdaderas ayudas, vivimos instalados en una economía del punto muerto.
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