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En este puente de la Asunción, en el que buena parte de los salmantinos regresan a sus pueblos de origen para celebrar las fiestas patronales, el obispo José Luis Retana ha querido dar a conocer los nuevos destinos de casi una veintena de sacerdotes y ... un diácono permanente.
Estos nombramientos pastorales afectan a casi medio centenar de municipios, por lo que imagínense cómo andan en cada uno de esos pueblos para saber qué párroco les ha tocado en suerte y de qué pie cojea.
Como suele ser habitual, alguno de estos cambios no ha sentado nada bien a la feligresía. Es el caso, por ejemplo de Macotera, cuyos vecinos organizaron una recogida de firmas para que su párroco, Fernando García Gutiérrez, no fuera destinado a otro lugar. Este buen cura llevaba también la labor pastoral de Santiago de la Puebla, Alaraz, Malpartida, Mancera de Abajo y Salmoral y ahora le tocará lidiar con los fieles del barrio de Pizarrales, puesto que estará al frente de la parroquia de Jesús Obrero.
Ahora, el papelón lo tiene Antonio Carreras Sánchez-Granjel, sacerdote que se va a hacer cargo de las parroquias que antes pastoreaba el tan querido Fernando García. Y es que cuando la grey quiere a su párroco es difícil sustituirlo.
He visto el caso de alguna parroquia que con el cambio de líder espiritual se ha quedado semivacía en apenas un año. De una misa dominical de doce en la que no cabía un alfiler y con un relevante protagonismo juvenil en la ceremonia, se pasó a un oficio religioso en el que escaseaban hasta las beatas de toda la vida. Y ese es el gran temor que tienen en muchos pueblos con los cambios de párroco, sobre todo, si sus vecinos estaban satisfechos con el trabajo -no solo espiritual, sino también humano- del cura.
Va ser difícil dar gusto a todo el mundo. El fallecimiento o la jubilación de varios sacerdotes en las diócesis salmantinas en los últimos tiempos, unido a una alarmante falta de vocaciones, hace que organizar la pastoral en la provincia sea un auténtico encaje de bolillos. Cada vez hay menos curas para una población más o menos similar y, sobre todo, muy dispersa en pequeños pueblos. La situación no es fácil porque los presbíteros no son superhombres.
Hace apenas ocho meses, con motivo de su primer año al frente de las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo, José Luis Retana decía en las páginas de este periódico que quien tiene que evangelizar es la Iglesia entera, no solo los sacerdotes y eso significa que todos deben participar en esa responsabilidad. «Los sacerdotes y los fieles tienen que entender que la Iglesia no son cosas del cura, sino de todos -señaló en una entrevista-; y que el cura no debe ser el que diga y decida todo. Hay personas muy formadas entre los seglares».
Estamos de acuerdo, pero para eso hay que abrir mucho más las puertas de algunas iglesias. Lo volvió a recordar el papa Francisco hace unos días en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: «Amigos, quisiera ser claro con ustedes (...). En la iglesia hay espacio para todos. En la iglesia ninguno sobra. Hay espacio para todos, así como somos. Jesús lo dice claramente (...): «Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores». Todos, todos, todos. En la Iglesia hay lugar para todos (...). Repitan conmigo cada uno en su idioma: «Todos, todos, todos».
Yo creo que el papa lo ha dejado bien claro. Ahora hay que ponerle patas a esa idea y dejar, por ejemplo, que la mujer cobre mucho más protagonismo en la labor pastoral de las comunidades parroquiales. ¿Para cuándo un poco de valentía en este sentido?
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