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En estos tiempos donde prima la velocidad, los mensajes instantáneos, el comentario súbito, la reacción repentina, el razonamiento fugaz, resulta un ejercicio muy edificante pararse a pensar.
Y eso es lo que hicieron medio centenar de expertos el lunes pasado en el Palacio de Congresos ... para darle una vuelta al futuro de Salamanca. Los convocó LA GACETA a través de una preciosa iniciativa denominada Libro Blanco, que cumple este año su cuarta edición. Por allí pasaron consejeros regionales, directores generales, alcaldes y concejales, empresarios y sindicalistas, catedráticos, representantes de las asociaciones más diversas, altos directivos. Y dejaron ideas. Sin ánimo de meter el dedo en el ojo de nadie. Con espíritu constructivo.
Tuve la suerte de moderar dos de las seis mesas de trabajo en las que se dividió el evento. En una de ellas, la dedicada a la formación y al empleo, pude descubrir que el problema para encontrar mano de obra viene derivado, en buena medida, de un cambio de mentalidad en la juventud. Que determinados empleos van a tener unas enormes dificultades a la hora de cubrirse porque ya quedan pocos trabajadores dispuestos a desempeñarlos como se venía haciendo hasta ahora. Que la sociedad ha cambiado. Que la mayoría de los jóvenes piensa en un trabajo no para prosperar, sino para «vivir bien» y poder tener tiempo de ocio suficiente. Vamos, que lo de «vivir para trabajar» ha quedado muy anticuado. Y que ya puedes elaborar ambiciosos programas de prácticas, ofrecer jugosos sueldos o prometer un fascinante camino profesional con buena formación... Las prioridades de los jóvenes trabajadores son otras. Y ahora es la empresa la que tiene que hacer atractivo el puesto de trabajo para los empleados. Solo así podremos no solo atraer talento, sino también retenerlo. Porque los jóvenes se nos van a trabajar a otros sitios. Esa es la cruda realidad. Y si no espabilamos y somos capaces de reinventar la forma de trabajar en el sector primario -del que vive buena parte de la población de la provincia- el éxodo juvenil continuara y no habrá relevo generacional en la agricultura y la ganadería.
En la otra mesa, la que versaba sobre el turismo, otro de los grandes motores económicos de Salamanca, también se escucharon interesantes sugerencias. Hubo quien dijo que no debíamos poner tanto el foco en la oferta como en la demanda, es decir, saber perfectamente qué es lo que quiere el viajero. Y a partir de ahí construir un relato sobre Salamanca para crear un destino. ¿Cómo? Ofreciendo experiencias únicas, sofisticadas, combinadas, diferentes. La capital y los pueblos de la provincia tienen un rico patrimonio, gozan de unos bellos paisajes, ofrecen una rica gastronomía. Ahora hace falta colaborar entre todos -instituciones públicas y privadas- para convertir ese puzle de intereses en una oferta que convierta a los excursionistas en turistas, que sugiera vivir una aventura que dure varios días en la que la elaboración de productos como el jamón de Guijuelo o actividades como la cría del toro bravo en la dehesa tengan un protagonismo específico, por ejemplo. Hay mucho dinero de ayudas públicas -se habló de 126 millones de euros para toda Castilla y León- pendiente de ser empleado en innovadores proyectos turísticos. No puede ser que una ciudad como Béjar apenas tenga plazas hoteleras. Algo no se está haciendo bien.
Evidentemente, todas las ideas que se pusieron sobre la mesa no van a salir adelante. Pero con que solo una de ellas vea la luz ya habrá valido la pena el esfuerzo y la convocatoria. Ojalá en este ajetreado mundo pudiéramos hacer esto más a menudo: pararnos a pensar.
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