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Lo de cambiar el agua al canario en plena calle es más viejo que la pana. Seguro que más de uno de ustedes ha contemplado sin querer una escena de incívico apretón o desahogo ebrio. En algún caso hasta a plena luz del día. Y ... si no lo ha hecho, se habrá quedado con ganas de llamar la atención al grosero que no supo abrir y cerrar el grifo en el lugar adecuado.
El problema es que en una ciudad de reconocida marcha nocturna y vida ¿universitaria? se está convirtiendo en una costumbre peligrosa. La noche del jueves pasado pasará a la historia como aquella en la que Juan Magán puso a bailar a la Plaza Mayor y un grupo de impresentables estuvo a punto de armar una buena pinchando al personal con un cepillo interdental. No se hablaba de otra cosa al día siguiente. Se generó una tremenda psicosis por miedo a que a algunos jóvenes les hubieran inoculado algún tipo de droga de sumisión química. Al final , todo quedó en nada. Y pasó inadvertido el dato de que, esa misma noche, la Policía local había impuesto nada menos que 46 multas a jóvenes por orinar en la vía pública.
Los vecinos de la calles Varillas y Consuelo saben perfectamente de qué estoy escribiendo. Sufren, fin de semana tras fin de semana, los efectos de un macrobotellón aliñado con un efervescente tufillo a micción urgente. Para que se hagan una idea, el año pasado se tramitaron 1.317 denuncias en Salamanca por hacer aguas menores en cualquier esquina. ¿Son muchas? ¿Son pocas? Son 480 más que el año más indisciplinado del que se tienen registros. Y a esas, hay que añadir otras 15 multas que se impusieron en la Plaza Mayor, las cuales van reguladas por el reglamento de uso del ágora, que lógicamente es mucho más estricto.
Decía en su día la otrora concejala de Medio Ambiente, Miryam Rodríguez, que las multas estaban funcionando porque no pillaban a nadie reincidiendo en tan bárbara postura. De hecho, hace tres años se aumentó la cuantía de la sanción, que pasó de 150 a 200 euros. La realidad es que, aunque el multado prefiera evacuar a partir de entonces en un bar, las cifras de sancionados son tan escandalosamente altas que algo más habrá que hacer. Porque, a nadie se le escapa, que los denunciados serán una pequeña parte del total de meones nocturnos.
La directora de comunicación de Ada Colau, la ex alcaldesa de Barcelona, presumía con orgullo de unas fotografías orinando en la Gran Vía de Murcia en sus tiempos mozos y reivindicativos. Apuntaba sin rubor Águeda Bañón que era una de sus aficiones, como «a otros les gusta hacer macramé». Algunos concejales han pasado a la historia no por su buen hacer, sino por no haberse podido aguantar cuando les vino la irreprimible necesidad de hacer pis en un lugar público. Javier Botella, edil del partido «Levantemos el Puerto» -la marca blanca de Podemos en El Puerto de Santa María- fue denunciado por la Policía local. Y en la localidad andaluza de San Roque pidieron la dimisión del socialista Juan José Puerta porque era vox populi que en la Feria Real fue visto en esta indecorosa actitud. Algún rumor parecido corrió también hace ya bastantes años sobre otro concejal más cercano... Como ven, no es cosa solo de chavales de rápido desenfunde. Guarda relación con el alcohol y la falta de educación.
Dado que las sanciones no terminan de funcionar, habrá que poner algún amenazador cartel como que que apareció hace unos años en Ponferrada, en el que utilizaron el icono de unas tijeras y el dibujo de un par de huevos (de gallina) para representar el enfado y el ánimo de venganza que despiertan este tipo de prácticas incívicas.
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