Borrar

Frutos de la LOMLOE

Rebajar las exigencias para maquillar las cifras del fracaso escolar puede conducirnos al fracaso social

Martes, 14 de enero 2025, 06:00

Han pasado cerca de veinte años de aquello, pero lo recuerdo como si fuera ayer. La facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia me encargó aquel curso llevar la parte práctica de varios grupos de alumnos en la asignatura denominada «Comunicación e Información Escrita». La mayoría de los primeros textos que me tocó corregir, redactados por jóvenes que comenzaban sus años universitarios con la intención de dedicarse al Periodismo, me sorprendieron. Y no precisamente para bien. Pero el caso de un estudiante navarro que había llegado a Salamanca para convertirse en periodista me dejó completamente perplejo. Escribió una noticia sin pies ni cabeza y con al menos veinte faltas de ortografía en apenas tres párrafos.

«¿Cómo has llegado hasta aquí?», le pregunté sin salir de mi asombro. Lógicamente, el mozo no supo qué contestar. Bastante azorado estaba ya al comprobar las numerosas correcciones en color rojo que poblaban su escrito. No sé qué habrá sido de él, pero era el claro ejemplo de una persona que no debía estar -al menos en aquel momento- en la universidad.

Como les digo, han pasado dos décadas de esta anécdota. Y parece que la situación no ha mejorado. Al contrario. Leo en el periódico que uno de cada cuatro alumnos de la ESO pasa a Bachillerato con asignaturas suspendidas. Uno de cada cuatro, lo han leído bien. El dramático porcentaje es, entre otras cosas, fruto de la LOMLOE, una ley que se ha llevado por delante del sistema educativo la cada vez más exigua cultura del esfuerzo, en aras de una supuesta igualdad conducente hacia la mediocridad.

Es cierto que esta ley nos acerca a Europa, donde cada vez resulta más complicado encontrar sistemas que cuenten aprobados y suspensos para la promoción en cursos, ciclos o incluso en etapas educativas. Ahora se lleva el paradigma competencial. Y también considero que es necesario que existan pasarelas o puertas abiertas a otro tipo de formación por las que puedan transitar alumnos que no llegan al mínimo nivel exigido para, por ejemplo, cursar una carrera universitaria. Eso es una cosa y otra muy distinta buscar una igualdad hacia abajo, en la que el trabajo y el sacrificio brillen por su ausencia. Decía Cervantes, a través de uno de sus personajes, que «lo que cuesta poco se estima en menos». Y así veremos cada vez más alumnos que no temen boicotear las clases a las que asisten, que no tienen ambición alguna y cuyas perspectivas de futuro resultan ínfimas. Total -se dirán-, da igual, el sistema nos empuja hacia adelante sin necesidad de derramar una gota de sudor.

Algunos de los objetivos fundamentales de esta ley educativa, que se aprobó sin consenso alguno hace cuatro años, eran reducir el fracaso educativo, disminuir el abandono escolar y aminorar el porcentaje de alumnos que repetían curso. Y, en este sentido, los datos confirman que nunca ha habido tan pocos repetidores en España como en estos momentos.

Yo tampoco considero que repetir curso sea una medida que mejore el aprendizaje de un alumno. Porque, ¿realmente servirá de algo volver a cursar las mismas asignaturas recibiendo la misma enseñanza a través de las mismas metodologías? ¿Cambiará algo? ¿Depende todo del grado de madurez del alumno? Evidentemente habrá que buscar soluciones más imaginativas.

Pero rebajar las exigencias para maquillar las cifras globales de fracaso escolar, lo único que puede conseguir es conducirnos al fracaso social. Es crear una sociedad del mínimo esfuerzo, sin espíritu crítico. ¿O eso es precisamente lo que se busca?

Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lagacetadesalamanca Frutos de la LOMLOE