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Hubo un tiempo en el que los cordones sanitarios eran verdaderamente higiénicos. Gracias a ellos se contenían las enfermedades y las plagas que asolaban cualquier territorio. Con mejor o peor fortuna hemos visto ejemplos muy recientes cuando llevábamos una mascarilla puesta en la boca -¿recuerdan?- ... y no nos dejaban viajar de una provincia a otra porque pertenecían a comunidades autónomas diferentes y cada una tenía una incidencia coronavírica distinta. Las cosas que tuvimos que hacer en la desescalada...
Después, la expresión se fue extendiendo entre la clase política y un cordón sanitario se convirtió en un conjunto de acuerdos entre partidos para aislar e impedir el acceso al poder de otra formación política o ideología incompatible con los valores de quienes lo practican. Se da con mucha frecuencia para tratar como apestados a la extrema derecha.
Y precisamente por culpa de los cordones sanitarios estamos donde estamos. Ahí vemos al presidente del Gobierno en funciones mendigando votos para su investidura sin importarle el precio. Si hay que hacerse una foto con Bildu, que llevaba en sus listas a antiguos terroristas con delitos de sangre, se sonríe a la cámara. Si hay que sestear con aquellos de los que dijo que no dormiría tranquilo si fueran sus ministros, se les hace un hueco en la cama. Si hay que viajar a Waterloo a rendir pleitesía a quien acaba de reclamar que el Estado español pida perdón a Cataluña por el fusilamiento de Lluís Companys, se mira el apretado plan de vuelos del Falcon y se busca un hueco. Así está de crecido el prófugo del flequillo. No se ha visto en otra.
Abogaba hace un par de semanas Esperanza Aguirre, quien por cierto este domingo asistía al cierre del Año Jubilar Teresiano en Alba de Tormes, por una abstención del PP ante la investidura de Pedro Sánchez, con tal de que los socialistas no tuvieran que gobernar con «comunistas, independentistas y filoterroristas». Debe ser que cuando uno se retira de la política activa se vuelve un ingenuo. Faltó tiempo para que desde Génova le recordaran que había sido Alberto Núñez Feijóo quien había ganado las últimas elecciones generales y que ya había puesto encima de la mesa una oferta de gobierno sin independentistas, con él presidiendo el Gobierno. Lógicamente.
A Feijóo, como líder del PP, le han plantado un cordón sanitario en toda regla. Dirán que es porque el partido ha pactado gobiernos con Vox en algunas comunidades autónomas y que los del partido de Abascal tienen cuernos y rabo. No se lo crean. Algunos son un poco brutos, todo hay que decirlo, pero en otras bancadas también tenemos ejemplos. Algunos tan claros como el exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, que ha entrado en la política nacional dando muestras claras de que se quiere hacer notar a cualquier precio.
Pedro Sánchez a quien quiere aislar es al único oponente que podría desbancarle del sillón de La Moncloa. Al único que de momento le puede hacer algo de sombra. Y lo está consiguiendo. Y durante estos días vamos a tener que tragarnos el baile que se trae entre manos el presidente en funciones con personajes a quienes lo último que les importa es España y su gobernabilidad. Incluso saldrán palmeros como el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero que ayer en una tensa entrevista radiofónica con Carlos Alsina se mostró abierto totalmente a la amnistía diciendo que «si hay que cambiar de opinión, se cambia».
Amigo Pedro, ten cuidado no te vayas a pisar los cordones. Porque el problema no es que te tropieces tú, sino que hagas caer a España. Que vas por ese camino.
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