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Comparto vestuario, en los partidos de fútbol sala dominicales que disputamos «Barriguillas» contra «Flotadores», con un amiguete que anda agobiado con la organización de un encuentro muy especial. Se trata del choque que está previsto jueguen las viejas glorias de la UDS contra las del ... Sporting de Lisboa para conmemorar el cincuenta aniversario del estadio Helmántico. El partido debía haberse disputado en abril de 2020, pero una pandemia se lo llevó por delante, como tantas otras cosas.
Lógicamente el amistoso iba a celebrarse sobre el césped del Helmántico, pero a día de hoy eso va a ser imposible por la dejadez de los actuales dirigentes del club.
Y es que el Ayuntamiento de Villares de la Reina ha cumplido su ultimátum y ha comunicado el cese de actividad en el estadio porque, a pesar de los requerimientos, el club que dirige el mexicano Manuel Lovato no ha abonado la tasa de comunicación ambiental, algo que cuesta algo menos de 500 euros.
Este presidente, y su extensión en España, Rafa Dueñas, están acostumbrados a hacer lo que les da la gana y, de vez en cuando, se encuentran con que en España hay leyes que se deben cumplir (aunque nos gobierne Pedro Sánchez). El problema no son esos poco más de 400 euros, sino los que vienen detrás. Porque pagar esa tasa supone el comienzo de unas obras de reacondicionamiento del campo cifradas por los técnicos municipales y el arquitecto del club en unos 40.000 euros. Y eso ya duele algo más en el bolsillo.
El alcalde de Villares no ha querido hacer sangre. Pero tampoco desea que lo tomen por tonto. Ha preferido esperar a que el Salamanca disputara su último partido de este año en casa y así dar un magnánimo plazo a los ineptos directivos para que pongan al día el recinto antes del 7 de enero, fecha en la que está programado el siguiente encuentro de Liga.
Demasiada generosidad para unos tipos que llevan haciéndolo mal desde que aterrizaron en las instalaciones de la carretera de Zamora. Parece mentira que no hayan sido capaces de explotar la última oportunidad que se les brindó el 5 de junio de este año. Nada menos que 15.000 espectadores en las gradas para intentar empujar -sin éxito- a que sus jugadores consiguieran el ansiado ascenso a Segunda REF. Aquel día el Salamanca CF UDS era una marca al alza. No en vano, tiene en estos momentos más de 5.900 abonados para ver partidos -con todos mis respetos- contra el Diocesanos, el Laguna, el Villaralbo o el propio Santa Marta de Tormes, un conjunto de chavales, que llevan los mismos puntos en la tabla clasificatoria.
El desquicie en los despachos se transmite al terreno de juego y el domingo el Salamanca acabó con 8 jugadores sobre el césped. Y también a la grada. Algunos aficionados increparon a una trabajadora del club y la intervención de Rafa Dueñas solo agravó el asunto. Menos mal que intervino la Guardia Civil y puso algo de sensatez.
Por eso, me desconcierta el apoyo incondicional que sigue teniendo el club por una parte de la afición, que es capaz de sufrir en silencio desaire tras desaire, tropelía tras tropelía, ofensa tras ofensa. Qué tendrá ese escudo, que parece proteger a quien lo mancilla día tras día. Qué tendrá ese himno, que es capaz de acallar los desmanes protagonizados por unos dirigentes deportivos a los que parece importarles un comino el orgullo salmantino. Qué tendrá la bandera blanca y negra, que tapa las continuas faltas de respeto a la historia de un club.
Porque el Salamanca, en estos momentos, es el camarote de los hermanos Marx, es un frenopático, es la casa de Tócame Roque.
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