Ahora sí veo fuera de la política de Castilla y León al socialista Luis Tudanca. Su amigo Pedro Sánchez lo debería haber premiado con algún puesto de consolación -entre 22 ministerios hay muchos chollos para ofrecer- pero parece ser que no ha sido ni lo suficientemente crítico para que le tenga miedo, ni lo suficientemente dócil para que le sea útil en un Gobierno con tanto muñeco de guiñol.
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Tudanca tiene fecha de caducidad. Tuvo su oportunidad hace cuatro años, en 2019, cuando el PSOE ganó por poco las elecciones en Castilla y León, pero no fue hábil para convencer a Igea y la aritmética de los pactos es lo que tiene. Exactamente lo mismo que ha hecho ahora Sánchez que, habiendo perdido las elecciones, está gobernando.
Tudanca no ha sido tan listo como Page. El presidente de Castilla-La Mancha «sabe nadar y guardar la ropa», es decir da a entender que está en contra de la ley que amnistía o ley para mantenerse en el poder Pedro Sánchez, pero a la hora de la verdad no planta cara a su jefe, más bien se esconde pese a los miles de personas que le han pedido en estos días que lidere una corriente socialista contraria a la barbaridad que está a punto de ejecutar su partido cuando apruebe la norma que echa por tierra la igualdad entre españoles y la división de poderes. Page ha amagado porque sabe que en su Comunidad es difícil de digerir que los ciudadanos van a ser de tercera frente a catalanes y vascos con carné de independentistas, pero al mismo tiempo no está dispuesto a contrariar al guapo, alto y sabio Pedro Sánchez.
Luis Tudanca no ha sabido jugar como Page y por eso la secretaría general del PSOE en Castilla y León yo diría que tiene, a corto plazo, nombre de mujer y se llama Ana Redondo, la nueva ministra de Igualdad. Una mujer bastante discreta, doctora en Derecho Constitucional, pero feminista recalcitrante, al menos eso es lo que demostró en su paso como portavoz en las Cortes. O sea, que pocas lecciones le puede dar su antecesora, que ayer no vino llorada de casa y entre puchero y puchero solo acertó a balbucear.
Es el relevo más lógico de todos cuantos se han producido, porque el caso de doña Irene es un caso de machismo de libro. Si no hubiera sido la pareja/madre de los hijos del macho alfa de Podemos jamás hubiera llegado a portar una cartera, en la que siempre será recordada por la Ley del «solo sí es sí», que redujo penas y excarceló a abusadores y depredadores sexuales, con la inestimable connivencia del presidente del Gobierno, porque si no hubiera querido, esa atroz normativa jamás hubiera salido adelante.
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Lo que me preocupa de la señora Montero es la recomendación que entre sollozos contenidos le hizo a su sucesora: «Tenga la valentía para incomodar a los amigos de entre 40 y 50 años de Pedro Sánchez». Ya sabemos que el señor presidente ha tenido algún amigo/colega de partido con aficiones un poco desviadas y con adicciones nada recomendables. Me refiero, por ejemplo, a tito Berni, quien supuestamente manejaba un catálogo de prostitutas y organizaba orgías caras a las que habrían asistido diputados socialistas.
Lo que no entiendo es cómo la exministra de Igualdad no ha denunciado, para dar ejemplo, a los amigos de entre 40 y 50 años de Pedro Sánchez que supuestamente la incomodaban. Ha dado algún detalle, como la edad, que hacen sospechar de los machos alfa socialistas y ella sabe mucho de machismo obsceno, porque a algunos de los que lo practicaban los ha tenido bastante cerca en su partido, el difunto Podemos, vamos los comunistas de ayer, que han ido adoptando nombres como Podemos, Ganemos o Sumemos.
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