La dimisión de Ricardo Rivero causó ayer sorpresa. Sorpresa para propios y sorpresa para los rectorables, que prácticamente no tienen tiempo para buscar apoyos. El miércoles había dictado un sonoro discurso en el nombramiento a título póstumo de otro gran rector de la Universidad de Salamanca, que destaca hoy especialmente por su universalidad y su ponderación. Pocos sabían, ni siquiera sus más cercanos colaboradores, que iba a ser su última gran oratoria como rector magnífico. No se puede decir que no circularan los rumores de que no apuraría su mandato, que expiraba a finales del próximo año, pero nadie podía imaginarse que se iba a producir tan pronto.

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Estaba inmerso en los cambios que tiene que implementar la institución académica a raíz de la aprobación de la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) con la que fue muy crítico desde el Rectorado.

Se había implicado muy personalmente junto al resto de instituciones y fuerzas políticas y sociales en la lucha por conseguir más y mejores frecuencias del tren rápido a Madrid, consciente de que sin unas buenas comunicaciones con la capital de España hay escasas oportunidades de crecer en el ámbito universitario que tanto peso tiene en la economía de la provincia de Salamanca.

Seguía abanderando con entusiasmo el liderazgo de la Universidad de Salamanca en la enseñanza del español dentro y fuera de nuestras fronteras. Hace unos días se estrenó una nueva plataforma para el español al más puro estilo 'Netflix' y su examen de nivel de certificado. Se había hecho pruebas en Texas y en los próximos días se harán en California y en Florida, estados donde más personas de habla hispana hay en EEUU.

Su dimisión ha causado sorpresa. También porque, lejos de lo que se ha especulado, Rivero ha dicho que vuelve a su cátedra.

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