El esperpéntico espectáculo que están dando el PSOE y Vox, con la inestimable colaboración del mandatario argentino, Javier Milei, solo se puede entender desde una pueril y adolescente pelea de niñatos maleducados o desde una diseñada y orquestada campaña para movilizar a los simpatizantes de los dos partidos que, aunque parezca de están en las antípodas ideológicas, no pueden vivir el uno sin el otro. Se necesitan
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El Gobierno llevó a cabo ayer la penúltima boutade y ordenó la retirada de la embajadora en Buenos Aires. Algo inédito que nos convertirá en el hazme reír de América y de Europa. Pedro Sánchez y Javier Milei, Javier Milei y Pedro Sánchez están ahora mismo en la misma sintonía ridícula y descabezada, mientras su corte aplaude las ocurrencias irracionales de cada uno de ellos.
Vox es producto del «sanchismo», que necesitaba una formación política a la derecha del PP que dividiera el voto para así impedir la alternancia en el gobierno. Nació Vox, formación que encontró su hueco ideológico en la extrema derecha, con propuestas utópicas que en la mayoría de las ocasiones suenan bien, pero son imposibles de cumplir. De hecho, allí donde están en coaliciones con el PP ya tienen asumido que una cosa es gobernar y otra bien distinta fabular sobre la realidad. Y al PSOE de Sánchez, como bien dijo Zapatero, le viene bien el ruido para espolear a su electorado. Y ahí está Vox para hacer el trabajo sucio y despertar a los electores sanchistas.
Toda esta pelea infantil que ha terminado en un conflicto diplomático sin precedentes con Argentina se inició en Salamanca con otro «libertario» de la política, el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, quien dio a entender que el mandatario argentino se ponía hasta arriba de drogas. Es verdad que la larga «sobrada» la pronunció ante un auditorio que él pensaba reducido y sin cámaras. No contaba con que los suyos grabaran las imágenes y las difundieran gratuitamente para que los colabores de Milei se enteraran.
A partir de ahí, la narrativa tiene toda la pinta de ser una pelea demasiado pueril a la que quieren sacar rendimiento electoral. Pero los protagonistas no han caído en que puede tener graves consecuencias para los españoles que viven en Argentina -casi 11.000 salmantinos-, para los empresarios españoles con intereses comerciales y para la imagen de España, deteriorada un poco más por unos gobernantes que se están comportando como niñatos irresponsables y malcriados.
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Abascal se trajo a Milei para que le llenara un acto electoral en Madrid y cual bufón de la corte, no defraudó a nadie, fundamentalmente a su clientela. Pero metió la pata y de qué manera. El máximo dirigente de un país no puede realizar su primera visita pasando olímpicamente del jefe del Estado y del presidente del Gobierno, por mucho que le caigan como una patada en el mismísimo estómago a un declarado republicano antisocialista.
Para un personaje que se olvida de qué y a quién representa y se mete fácilmente en el papel de mercachifle es difícil mantener la compostura en un auditorio al que era muy fácil arrancarle los aplausos. Milei no defraudó ni a Abascal ni al vicepresidente Juancho, ni siquiera a Coco Robatto, el diputado verde que ha ocupado estos días las páginas políticas no por sus propuestas, sino por su lamentable y ajetreada vida poliamorosa. Sintió envidia de las cartas en las que Pedro Sánchez le declara el amor eterno a su Begoña después de que un juez decidiera investigarla por presunta corrupción y ahora cualquier patán metido a político siente la necesidad de convertir sus zozobras amorosas en el centro de las prioridades del país y del gobierno.
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