Las viejas glorias del PSOE han salido al rescate de Pedro Sánchez. La verdad es que no sé para qué, porque el presidente y líder del socialismo reinante no necesita a nadie para sobrevivir solito a los reveses de la vida y de qué manera.
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Cuando vi ayer a un puñado de socialistas salmantinos de los de antes, algunos a los que admiro profundamente por su trayectoria impecable, hacer el ridículo con unos carteles intentando lavar todo lo maléfico que conlleva la palabra «sanchismo», me produjo una tremenda tristeza. ¿Qué necesidad tenían de hacer el ridículo?
Pero, ¿no fue el gran Pedro Sánchez el que dijo que el sanchismo es mentiras, maldad y manipulación hace pocos días en el programa El Hormiguero?
El desprestigio no es una cuestión de la ultraderecha, ni siquiera de la derecha más moderada de Feijóo que quiere derogar esta etapa negra del sistema democrático español. El problema es del petulante de Pedro Sánchez que ha cultivado en estos años tanto su ego que ha dado nombre a una corriente propia, que incluso lleva su nombre. Lo importante no es que hablen mal de uno, lo importante es que hablen.
Ya casi nos hemos olvidado del Manual de Resistencia, el libro plagado de erratas, falsedades y plagios que sirvió de presentación del verdadero Sánchez y de su capacidad de resiliencia o como diría Groucho Marx: «Estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros».
En ese libro ya desveló algunas pinceladas de su verdadero «yo», de que lo que le gusta no es servir al pueblo, sino cultivar su ego. Desde atribuirse la salvación de los 630 inmigrantes del «Aquarius» a desvelar que le llamaban Pedro «el guapo» y que acudía a programas «frívolos» como «El Hormiguero» para combatir esos prejuicios de que como es guapo, es frívolo. Toda una exaltación del culto a Pedro Sánchez que ha terminado por convertir el socialismo en una especie de confesión sectaria llamada «sanchismo» por el propio autor.
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De Pedro Sánchez se puede esperar poco más, como ha demostrado desde que accedió contra todo pronóstico a la secretaria general del PSOE después de haberlo echado a patadas los «barones» y volver reinventado y hacerse con el poder de la Presidencia del Gobierno.
Pero tampoco esperaba de los socialistas de siempre ese comportamiento tan pueril. Están permitiendo que un engreído y vanidoso entierre al centenario PSOE. Me entristece que sean los propios militantes del PSOE los que quieran acabar con el partido y den chance al personaje que más daño le ha hecho en los más de cien años de existencia del socialismo español.
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Los cartelitos de marras, cutres donde los haya, exhibidos ayer ante la sede de la Cuesta de San Blas revelan lo que es capaz de hacer el personaje Pedro Sánchez manipulando las voluntades de personas con un prestigio a sus espaldas, que no necesitan del peloteo al jefe para vivir y tampoco arruinar su nombre por un impostor de tres al cuarto.
«Soy normal, soy sanchista», «No robo, soy sanchista», «No miento, soy sanchista», «Soy profesor, soy sanchista», «Soy motero, soy sanchista», son algunos de los eslóganes que sin rubor exhibieron ayer para reivindicar al inquilino de La Moncloa, sin darse cuenta del ridículo y el daño que le hacen a las siglas PSOE.
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Hace poco más de un mes, muchos de los líderes regionales renunciaban al sanchismo y se alejaban cuanto podían de Pedro Sánchez conscientes de que el sanchismo más que sumar en la campaña de las municipales y autonómicas, restaba votos, como así ha sido. La verdad es que si eres idiota, también puedes ser sanchista. No es incompatible.
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