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La Junta está empeñada en que las nueve provincias celebremos la fiesta de la Comunidad, el 23 de abril, conmemoración de la derrota de los comuneros tras la batalla de Villalar, en 1521 y el ajusticiamiento de sus líderes. Una fiesta de la Comunidad tan artificial que la celebran prácticamente los habitantes de Valladolid ansiosos de una romería de tortilla y charanga, pero sin vírgenes ni santos.
A los políticos provinciales este año los han fastidiado pero bien con ese intento que se ha hecho desde la Junta de Castilla y León de hacernos partícipes a todos y repartir el pastel festivo por las provincias y a golpe de talonario organizar actividades deportivas, musicales y gastronómicas en las que nos integremos todos.
A los representantes institucionales del Gobierno regional les va a tocar hacer acto de presencia, seguramente de mala gana, para entregar unos trofeíllos a los ganadores de la carrera popular y de la marcha familiar. Ni la tortilla se van a poder comer de aperitivo con los amigos y mucho menos salir de Salamanca.
El que pueda aprovechará la festividad ficticia del día de la Comunidad de Castilla y León, que este año cae en martes, y se cogerá el puente de cuatro días para hacerse una escapada a cualquier lugar de España o de Europa, que la Semana Santa dio para poco porque el tiempo no acompañó.
No nos engañemos ni se pongan nostálgicos los partidos de la izquierda, a Villalar solo van los vallisoletanos que, como no tienen Lunes de Aguas, se van a comer la tortilla y la empanada y los más pequeños disfrutan de los hinchables y los tenderetes en un pueblo que habitualmente tiene poco más de 400 habitantes y que se encuentra a escasos 40 kilómetros de Valladolid.
Conozco a poca gente del resto de las provincias de Castilla y León que cada 23 de abril se desplace hasta el centro donde se libró la batalla para festejarla.
La mayoría hemos aprovechado tradicionalmente la fiesta para descansar, marcharnos fuera o desplazarnos a Madrid o, incluso, a pasar el día en el vecino Portugal a comer un bacalao. Esa es la realidad de una festividad que, por mucho que se empeñen los políticos que trabajan en Valladolid, jamás ha despertado un sentimiento de Comunidad ni lo despertará. Es más, yo diría que sirve más para acentuar las diferencias ideológicas entre la clase política que para destacar lo que nos une en esta Comunidad Autónoma.
Como en aquella batalla que los comuneros libraron contra el rey Carlos V de Alemania, hoy continúa el enfrentamiento, aunque sea dialéctico, entre la izquierda y la derecha, poniendo el acento en el conflicto más que en el ambiente festivo de las casetas, la charanga y las tómbolas.
La tensión política siempre ha estado en el ambiente, da igual que gobierne solo el PP o que lo haga ahora con Vox y hace dos años con Ciudadanos. La izquierda se resiste a convertir el paseíllo mañanero por la campa en un momento de concordia. Es un día reivindicativo que más bien tiene que ver con lo que representa el Día del Trabajo, que con la festividad de una comunidad autónoma.
La fiesta de los Comuneros saldrá este año de Villalar para que todas las capitales de provincia de la región, excepto Valladolid, y los municipios de Ponferrada, Aranda de Duero y Miranda de Ebro, tengan actividades, pero seguirá siendo una fiesta para los nostálgicos de las romerías de Valladolid y para los políticos de la izquierda reivindicativa. Los partidos de la derecha desfilan medio acomplejados ocultando su disgusto o su apatía con la fiesta.
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