Decía el genial Sabina: «Así estoy yo sin ti, más triste que un torero al otro lado del telón de acero». Traigo a colación al artista y al torero por aquello del traje de luces. Porque deslumbrados estamos con tantas luces navideñas, más tempraneras que las cerezas del Jerte que diría mi entrañable amigo Miguel Martín, «Miguelito». No sé si hay muchas luces y tenemos pocas luces o si son necesarias tantas luces para iluminar un presente un tanto oscuro y un futuro que muchos ven muy negro. Sea como fuere llama la atención como cada vez son más los que quieren tenerla más grande, más extensa y más intensa, la iluminación navideña claro. Pero, más allá de las luces navideñas y superado el deslumbramiento inicial, creo que lo que realmente llama la atención es el giro copernicano que hemos dado a este tiempo que antes conocíamos como adviento o tiempo de preparación para la Navidad y que ahora se ha convertido en momento fuerte, pero para el consumo y el gasto, incluso en muchos casos, para el despilfarro. Ya se ha dado el pistoletazo de salida con el Black Friday, aunque ya no sea sólo un día si no cuántos más mejor, algo que lejos de acercarnos a un encuentro con Dios o con los demás nos lleva a un camino de materialismo y deshumanización. Algo que sin darnos cuenta está apagando nuestra capacidad para expresarnos desde lo espiritual, mostrando sólo nuestras capacidades desde el ámbito de lo material, creyendo que es verdad aquello de «tanto tienes tanto vales». Algo que nos hace vivir tratando de superarnos cada día, buscando conquistas y logros, que lejos de hacernos más humanos, más entrañables, más cercanos, tolerantes, respetuosos o dialogantes, nos arrastra hacia un vacío lleno de cosas que realmente nos asfixia. Poco a poco, nuestra vida se convierte cada vez más en algo artificial, incluida la inteligencia, pasando a segundo plano o en algunos casos desaparece del plano lo natural, lo que genera sentimientos y, por lo tanto, incomodidad. Decía Loquillo en el estribillo de una de sus canciones, que por cierto hoy le resultaría imposible cantar dado el mensaje, «yo para ser feliz, quiero un camión». Me temo que hoy necesitamos mucho más dado que uno de los mensajes de fondo que taladra la vida del común de los mortales nos recuerda que hay que ser consumistas y no sufrir. Nada más lejos de la realidad pero, poco a poco, asumimos como verdad ese mensaje al igual que tantos otros, quizá porque las luces nos deslumbran. Se cayó el telón de acero y aquel torero, con su traje de luces, ese torero que podemos ser tú y yo, continúa perdido y al paso que vamos cada vez más perdido y confundido. Por un muro derribado sentimos una gran alegría, lo vivimos como un gran logro, pero se nos olvidó pronto y normalizamos otros grandes muros o brechas que nos separan y alejan, esas en forma de fosas comunes que repletas de cadáveres nos reflejan lo miserable que puede llegar a ser el ser humano si no pone las largas para ver más allá y más acá.
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