Sin duda necesitamos más que un minuto de silencio para honrar la memoria de quienes mueren víctimas de la violencia. Me sabe a poco, por no decir a nada, un minuto, minuto y medio o cinco minutos de silencio ante el silencio forzado y para siempre de las víctimas de la violencia, sea del tipo que sea, por ejemplo, la muerte violenta de Belén Cortés en Badajoz hace unos días. A poco corazón que uno tenga, se le revuelve el estómago, se le encoge el alma y se le ponen los pelos como escarpias aunque sea calvo o metro sexual. Tenemos un problema serio, aunque algunos no lo quieran ver y les resulte más fácil culpabilizar antes que asumir parte de responsabilidad. Nos guste o no, es tarea de todos reconducir actitudes, conductas y comportamientos. Es tarea de todos darle la vuelta a la tortilla e indudablemente para lograrlo es fundamental el uso de uno de los componentes de dicho plato, y no sólo eso, sino también corazón y cabeza. Muy acertada la reflexión del fiscal jefe don Juan José Pereña, y como bien dice: «Procede deliberar sobre si los jóvenes de hoy son los mismos que en el año 2000». Es necesario parar y pensar para poder actuar y no volver a tener que lamentar. El dichoso sistema hace agua por muchos sitios, el problema es que el sistema lo hacemos y lo admitimos entre todos. Enseguida encendemos los focos y ponemos en el punto de mira a nuestros jóvenes y a todos aquellos que se comportan de una manera inadecuada según nuestro parecer o incluso desde una mirada objetiva, ahora bien, ¿nos paramos a pensar cuál es nuestra parte en todo esto? No podemos continuar guardando minutos de silencio cuando el verdadero problema son los silencios cómplices y demasiado largos. Esos silencios políticamente correctos y humanamente incorrectos son los que a la larga nos arrastran a situaciones penosas, lamentables e irremediables, no hace falta que haya muertes para encontrarnos situaciones dolorosas y dramáticas. ¿Cuántas familias se ven desbordadas por esas situaciones? ¿Cuántas familias sufren y lloran de puertas para adentro en silencio sepulcral sometidas por las amenazas y el miedo? ¿Cuántas veces se encuentran con la callada por respuesta, sin saber cómo afrontar su angustia y su dolor? La callada no sólo de una administración perdida y confundida, la callada de las distintas entidades que carecen de medios o del protocolo y del propio sistema que las condiciona para dar la respuesta, no desde el sentido común, sino desde elucubraciones de despacho. La callada de una sociedad que guarda silencio y mira para otro lado por miedo o por comodidad, inconscientes de que estas realidades pueden llegar a cualquiera cuando menos lo esperamos. Basta ya de tantos minutos de silencio para honrar a los muertos, es hora de alzar la voz, de abrir los ojos y los oídos para ver la angustia y escuchar el dolor de quienes necesitan respuestas y no silencios. Quizá el minuto, el minuto y medio o los cinco minutos sean necesarios para pensar qué podemos hacer y hacemos por una educación más acertada, más humanizada, más responsable, de todos y para todos.

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