Nuestra Salamanca tiene las charcas hasta arriba, todos felices y contentos para celebrar un buen san Isidro cargado de ilusiones y esperanzas, soñando con los frutos de la tierra. La plegaria que este servidor hizo en su día, en compañía de César Lumbreras, no sirvió entonces de mucho o quizá fue con carácter retroactivo. En fin, fuera como fuera o fuese, da gusto ver nuestros campos con un verde que roza el de Asturias o la mismísima Galicia. Verde también veo a mi paisano Alberto Núñez Feijóo que parece no tener clara la diferencia entre estar maduro y estar pocho. A lo que iba, cuando yo era niño y bebía mucha agua mi madre me decía que me iba a encharcar, hoy recuerdo aquello y pienso que nos estamos encharcando y no de agua. Nuestro mundo de hoy se encharca y se estanca, en lugar de avanzar, retrocede. Parece que progresa adecuadamente, pero necesita mejorar como dicen a los niños en los colegios. Salamanca forma parte de esa realidad universal y desgraciadamente, a pesar de su gran potencial, vive encharcada. No sé qué nos hace falta para abrir nuestra mirada al mundo, porque el mundo tiene puesta su mirada en Salamanca mientras Helmántica se recrea en sí misma, incapaz de esponjar. Me encanta Salamanca, adoro Salamanca y, como aquella peculiar mujer, yo también digo: por Salamanca mato. Lo digo de corazón y con el corazón, le debo mucho a Salamanca y es de bien nacidos ser agradecidos. Es más, por Salamanca mato, me mato y a veces me desespero, porque esta Salamanca nuestra, tan taurina ella, muchas veces se queja y se lamenta a toro pasado. Salamanca ha sido siempre muy austera y ha vivido de sus ahorros, hoy eso ya está pasado. Es tiempo de invertir, de anticiparnos, de dar pasos al frente, no podemos vivir de recuerdos, no podemos quedarnos atrapados en la noche de los tiempos. La Salamanca de hoy ha de tener cuidado con las celestinas de nuestro tiempo, también con los pícaros lazarillos que miran solo por sus intereses y se desentienden del bien común. Salamanca no puede continuar encharcada, ha de abrirse al futuro y al progreso, pero sin perder sus señas de identidad. Salamanca no puede tirar por tierra su historia, su saber, su cultura y su hermosura. Hemos dejado muchos pelos en la gatera a lo largo de los siglos, ¿no hemos aprendido nada? Contemplo desde uno de los lugares más feos de Salamanca, pero con sus mejores vistas, la ciudad del Tormes, me emociona su majestuosidad, mientras pienso en la realidad que se esconde tras las fachadas de la dorada piedra de Villamayor. Salamanca se lo merece todo y está en manos de los salmantinos, de origen y de adopción, que así sea no es tarea fácil sino más bien ardua y difícil. Espero y deseo que uno de los grandes puntales de nuestra historia, la Universidad, esté a la altura de las circunstancias. Espero y deseo que la modernidad no nos haga perder la identidad de nuestra querida Universidad.

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