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Dicen que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. En el caso de los aranceles de Donald Trump, podríamos decir que empezamos con la tragedia del 20 % y ahora nos hemos aliviado con la farsa del 10 %. Nos ha concedido, como al resto de la Unión Europea, tres meses de moratoria, que deberían servir para negociar por un lado, y prepararnos para lo peor por otro. Conociendo a nuestros mandatarios, ni están preparados para negociar porque tienen la costumbre de imponer su voluntad contra las leyes, ni van a ser capaces de arbitrar un plan de choque eficaz para hacer frente al reto arancelario.
Aunque el impuesto de frontera se haya reducido de momento, hay muchos sectores productivos que van a sufrir con los arranques de patriotismo de Trump, entre ellos las bodegas españolas, especialmente las que venden caldos de calidad, que tiemblan ante la perspectiva de ver sus vinos encarecidos en el mercado estadounidense. Los olivareros, con el alma en un puño, están buscando a toda velocidad otros países donde vender el aceite. La industria del automóvil también verá frenada su producción y cuando el motor se resfría, en España acabamos todos con gripe. Y los queseros, con el corazón encogido, temen que sus quesos acaben pudriéndose.
Desde luego, si están esperando a que Pedro Sánchez consiga un buen acuerdo con el Loco del Flequillo están apañados. Nuestro presidente del Gobierno ha conseguido provocar la ira de Donald con su viaje a China, del que nada bueno puede salir. Solo hay que recordar que la amistad con Xi Jinping viene avalada por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, el gran facedor de la descomposición de España como nación y gran cachicán de los peores sátrapas de la tierra.
De la mano de esta pareja de insensatos solo pueden llegar desgracias en forma de un mayor castigo a los productos españoles.
En Salamanca por el momento la mayor amenaza son las consecuencias globales de una recesión de la economía mundial y el encarecimiento de los precios, porque no hay una dependencia preocupante del mercado americano.
Sin embargo, hay una derivada de las políticas de Trump en la que no habíamos caído y que puede resultar dañina para la economía local: el endurecimiento de las condiciones de frontera. El presidente norteamericano ha impuesto un régimen de persecución de los inmigrantes que espanta al más pintado, y los estudiantes de español que acuden a Salamanca tienen miedo de ser encarcelados a su vuelta a los EEUU.
Es inconcebible que alguien que dispone de la visa o que ha nacido en Estados Unidos sea rechazado porque sus antepasados sean mexicanos o nicaragüenses, pero eso ya está sucediendo, incluso con ciudadanos europeos que llevaban años trabajando en las mejores universidades y centros de estudios e investigación de Norteamérica.
Las consecuencias de esa persecución a toda persona que no sea estadounidense de pura cepa se está notando ya en las academias de Salamanca y en la matrícula para Cursos Internacionales.
A esto se le une que el revuelo causado por las medidas trumpistas está colapsando los consulados, y lo que antes era un trámite para entrar o volver a Estados Unidos, ahora se convierte en un calvario que puede terminar de la peor manera.
Con esa perspectiva, a los salmantinos, como al resto de españoles, se les han quitado las ganas de viajar ahora a Nueva York o San Francisco para pasar unas vacaciones. Casi es mejor una semana en Gaza que cuatro días en el país de las barras y estrellas.
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