Conociendo a Alberto Núñez Feijóo, lo más probable es que resulte víctima de un falso sentido de Estado y acabe por sacar a Pedro Sánchez del atolladero de la subida del gasto en defensa. El gallego es un poco panoli y después de casi tres años al frente del PP nacional todavía no ha calado al marido de Begoña, con el que no se puede ir ni a cobrar el gordo de euromillones, porque seguro que te engaña.

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Sánchez se montó una ronda de consultas el pasado jueves con todos los portavoces parlamentarios, incluidos los proetarras y los golpistas y excluida Vox. Como si fuera el Rey ante la designación de un candidato a la investidura (mira que le gusta al tío aparentar lo que no es), los recibió con un folio en blanco para que le apoyen un plan de rearme del que no tiene ni pajolera idea. Pero él es así de chulo y le hubiera encantado que se lo firmaran todos, por su cara bonita.

La pantomima le salió rana y cosechó un rechazo general, salvo por parte del PNV, que deja la puerta abierta a abrazar al inquilino de La Moncloa con la intención de meterle la mano en el bolsillo y conseguir para el País Vasco unos cientos o miles de millones más de los fondos de todos los españoles.

Visto que ni sus socios tragan con el incremento de presupuesto para armas, la única alternativa que le queda a Sánchez es contar con el PP o conculcar los más elementales principios de la democracia buscando la manera de saltarse al Parlamento. Esta segunda alternativa supone un nuevo paso en el camino hacia la autocracia, pero ya sabemos que por esa senda el monclovita avanza encantado de la vida.

Feijóo debería haber aprendido la lección y, en lugar de llevarse un folio con preguntas sobre el plan de gasto militar, a ninguna de las cuales respondió Sánchez porque no se ha puesto a trabajar en el asunto, debería haber pedido algo a cambio de su apoyo. Podría haberle sugerido que convoque elecciones anticipadas (no caerá esa breva) ya que no tiene apoyo para gobernar. Eso sería lo máximo, pero al menos hubiera podido aprovechar la ocasión para exigirle algunas cositas elementales, como por ejemplo dejar de romper la unidad de España con sus concesiones a Puigdemont, reconducir el plan para desmantelar la caja común con la cesión de la Hacienda a Cataluña, cesar en la persecución de los jueces que investigan sus corrupciones o consensuar una política internacional propia de un país alineado con las democracias occidentales y no con los dictadores y las organizaciones terroristas.

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Si finalmente Sánchez no encuentra algún truco o artimaña para soslayar al Congreso y vuelve a llamar a su puerta, Feijóo debe resistir la tentación de considerarle una persona normal, con la que se puede dialogar y pactar. Ese no es Sánchez. No lo ha sido durante siete años y no va a cambiar mientras esté en el poder. No vale con que le explique cómo y cuánto va a elevar el presupuesto para defensa, ni de dónde va a sacar los miles de millones necesarios. No vale porque, una vez aprobado el asunto, hará de su capa un sayo, como siempre.

A Feijóo le basta con recordarle a Sánchez su lema preferido, aquel del «no es no y ¿qué parte del no no entiende?». O darle a probar un poco de su medicina, contestándole con un «no oigo nada, que a este lado del muro que usted levantó no llega su voz». Ahí tiene a sus socios separatistas, ecologetas, pseudopacifistas y comunistas para que le salven el trasero. Y que llame a Felipe González para que le explique cómo cambió del «OTAN de entrada no» al sí a la OTAN por el bien de España. Que en el PSOE son maestros en cambios de opinión.

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