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Ay, esos micrófonos traicioneros, cuántos disgustos les acarrean a los políticos lenguaraces. A los mandatarios de este país les espantan esos lapsus mientras que a los ciudadanos nos encantan, porque por una vez, y sin que sirva de precedente, podemos enterarnos de sus verdaderos pensamientos, escondidos a menudo en el marasmo de la verborrea insustancial y la retahíla de consignas con que a diario nos fustigan.
Desde aquel asombrado «Manda huevos» del entonces presidente del Congreso Federico Trillo, al desahogado «Mañana tengo el coñazo del desfile [del Día de la Hispanidad]» del indolente Mariano Rajoy, al sibilino «Nos conviene que haya tensión» de José Luis Rodríguez Zapatero durante su nefasto mandato, hay registros variados de solemnes meteduras de pata ante el micro traidor en las más altas instancias.
El último evento conocido de altavoz traicionero es de los que provocan terremotos y pueden hacer caer dirigentes como rascacielos en Myanmar. Ocurrió el pasado miércoles en las Cortes de Castilla y León y tuvo como malhadados protagonistas a la vicepresidenta segunda del Parlamento regional, Ana Sánchez, y a los procuradores José Luis Vázquez, Alicia Plomo y Diego Moreno, todos ellos socialistas.
El pecado de la cuadrilla fue confesar, sin saber que el micro estaba abierto, lo que muchos de sus compañeros de grupo piensan del nuevo secretario regional, Carlos Martínez. Y lo que dijeron no era nada bonito, como cabía esperar. Ana Sánchez, tudanquista de toda la vida, fue la más intrépida del grupo, con una descripción humillante del nuevo líder del PSCL-PSOE, del que dijo que «no sabe si mata o espanta; dice una cosa y la contraria… el lumbreras que se le ocurrió lo de que gobierne la lista más votada…», para acabar preguntándose si «no queda una neurona más allí que diga ¿pero dónde vamos?».
También hubo palos a Óscar Puente en los altavoces parlamentarios por su pasividad en la 'crisis' por el socavón de la N-6 en San Rafael. Del ministro vallisoletano, la arrojada Ana Sánchez dijo que «nunca habría pensado que el PSOE de Castilla y León acabaría en sus manos». Lo que piensan muchos en el partido: que no han podido caer más bajo cuando el mandamás es un tipo ascendido por su capacidad para el insulto y el lenguaje barriobajero.
Son los rescoldos del profundo malestar que está provocando en el Partido Sanchista, antes Socialista, la imposición por parte de Pedro El Grande de líderes de su cuerda en la cúpula de todas las autonomías salvo el feudo de García-Page.
Un enfado soterrado que no sale a la luz porque en la formación sanchista todo el que se mueve es fusilado (políticamente) al amanecer. Ese es el cruel destino de Ana Sánchez y sus tres colegas de tertulia retransmitida en directo, con la obligación de asumir responsabilidades señalada de inmediato por la dirección regional del partido. O dimiten o dimiten. A Ana Sánchez no la pueden echar de la vicepresidencia de las Cortes (con un sueldillo de cien mil euros) pero si quiere tener futuro en política, ya sabe lo que le toca.
Como bien decía el viernes la secretaria de Política Económica y Transformación Digital de la Ejecutiva Federal, Enma López, en el PSOE existe la «pluralidad interna» y en el partido «caben distintas opiniones». Se le olvidó añadir que esa pluralidad se refiere de forma exclusiva a las distintas formas de adular al «puto amo» y que la libertad de opinión está limitada a los micrófonos cerrados y las conversaciones de catacumba.
Por supuesto, claro que en el Partido Sanchista se puede discrepar… pero solo una vez.
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