Creíamos que desde la catástrofe de la dana en Valencia el ministro de Transportes había enterrado el hacha de los insultos para dedicarse a la muy digna tarea de reconstruir las zonas devastadas por la riada. Pero cierto es que la cabra siempre tira al monte, y Óscar Puente vuelve por donde solía, solo que ha cambiado la forma de insultar.
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El anuncio de esa estación de tren faraónica de 253 millones de euros en Valladolid es una suerte para los vallisoletanos y una afrenta para los salmantinos, los zamoranos o los leoneses, sufridos habitantes del Oeste olvidado y ninguneado. El ministro y exalcalde de Valladolid quiere pasar a la historia de su ciudad como el autor del gran mausoleo ferroviario, un edificio más caro que ningún otro de Castilla y León, hospitales aparte.
No quiere ser menos que su antecesor Javier León de la Riva, que pese a todas sus barrabasadas, su soberbia y su machismo recalcitrante, tiene su calle en Pucela. A Puente tendrán que dedicarle una avenida o una autopista, qué menos.
El coste de la futura gran estación de Valladolid está a la altura de los grandes hitos de la arquitectura nacional. El presupuesto inicial multiplica más que por tres el destinado al otro mausoleo pucelano, la sede de las Cortes de Castilla y León, por el que los castellanos y leoneses pagamos la friolera de 80 millones de euros al final de las obras, en 2007, el último año en el que España nadaba en la abundancia.
El anuncio del que será monumento a mayor gloria de Puente constituye un agravio a otras provincias de la Comunidad donde las inversiones del Ministerio de Transportes llegan con cuenta gotas, o no llegan. Esos 253 millones representan mucho más de lo que ha invertido en la provincia de Salamanca todo el conjunto de todos los veintitantos ministerios (perdonen la imprecisión pero son demasiados para contarlos) del Gobierno sanchista en los siete años que lleva en el poder.
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Para que se hagan una idea de la marginación que sufre Salamanca con este Ejecutivo socialcomunista basta con recordar que en los presupuestos del Estado suelen figurar partidas de inversión que rondan los 60 millones de euros pero que lo más habitual es que no se ejecute ni la mitad. Es decir, que la estación-mausoleo de Valladolid se llevará ocho veces más que todo lo que invierte la Administración central en Salamanca cada año. Y con la décima parte bastaría para rematar la eterna obra de la electrificación de la línea férrea hasta Portugal.
Y eso sin tener en cuenta que con este tipo de obras suele ocurrir lo contrario que con los presupuestos del Estado en la provincia, que el coste final se duplica y la megaestación puede acabar rondando los quinientos millones. Eso ocurrió con el edificio de las Cortes regionales, que arrancó en 40 millones y acabó costando 80.
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El faraónico proyecto del ministro pucelano ha causado la justa indignación del alcalde de Salamanca, Carlos García Carbayo, que ha contestado a Puente cuando en la presentación del monumento ferroviario se preguntaba por qué Valladolid se iba a conformar con menos. Pues Salamanca tampoco va a conformarse con menos, según Carbayo. Bien es verdad que al alcalde solo le queda el recurso al pataleo, y ahí de momento no cuenta con el apoyo del PSOE salmantino, que, al contrario que el también socialista José Antonio Díez, alcalde de León, no ha mostrado la más mínima crítica al proyecto estratosférico para la ciudad vecina.
Aquí tendremos que conformarnos con que nos terminen el apeadero de La Alamedilla, que de faraónico no tiene nada, pero nada.
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