En tiempos remotos se decía que los buenos constructores echaban más cal que arena a la mezcla de mortero para conseguir casas más sólidas. Y por eso dar una de cal y otra de arena implicaba alternar lo bueno y lo malo según en qué proporciones. Pero en los tiempos que corren la mayoría pensaríamos que la cal es lo malo, porque en vivo sirve para destruir cadáveres (recordemos los GAL), frente a la arena que nos recuerda la bueno del sol y la playa.

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El asunto se presta a debate de los de barra de bar. Como argumento de peso, conviene recordar que en esta polémica la Real Academia de la Lengua tercia tirando por la calle de en medio: ni lo uno, ni lo otro, que el dicho indica «alternancia de cosas diversas o contrarias para contemporizar», según el diccionario. Ni bueno ni malo, sino diverso.

Sea como sea, en los últimos días a los pueblos de Salamanca le están dando una de cal y dos de arena, o al revés. Hace poco nos hacíamos eco de la decisión de eliminar las paradas de autobús de 26 localidades adoptada por el Ministerio de Transportes, con el vallisoletano Óscar Puente al volante, lo que suponía un frenazo en la arena (o la cal), una marcha atrás para el desarrollo de las zonas rurales de la provincia. Y hoy contamos en LA GACETA dos de cal (o de arena): el proyecto de la Junta de Castilla y León para llevar la salud mental a los pueblos y el anuncio de que la Policía Nacional enviará furgonetas a las pequeñas localidades de Salamanca para que los vecinos puedan renovar el carné de identidad en el momento y sin tener que desplazarse a la capital. Siguiendo con el refranero y los dichos castizos, se ve que Dios aprieta pero no ahoga. Y las gallinas que entran por las que salen.

La decisión de Alfonso Fernández Mañueco de acercar psiquiatras a los paisanos de los pueblos resulta especialmente encomiable. Vivimos tiempos en los que cualquier ciudadano sensato corre el riesgo de enloquecer a nada que se deje empapar por la actualidad política, convertida en un verdadero manicomio donde a diario vivimos eventos hasta ahora impensables, inconcebibles e incalificables.

A cualquiera que se le diga que el fiscal general del Estado, máximo encargado de la vigilancia sobre la legalidad en nuestro país, está imputado por revelación de secretos, le puede dar un soponcio. Y si le cuentan que el susodicho no solo no colabora con la justicia sino que se dedica a borrar de su móvil los mensajes que pueden incriminarle, pensaría que el mundo está al revés, o que es él el que está cabeza abajo.

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No digamos si nuestro hasta el momento cuerdo ciudadano se entera de que el líder del PP, representante del partido que debería aportar sensatez y sentido de Estado a esta España desquiciada, se muestra dispuesto a aliarse con el golpista prófugo de Waterloo para presentarle una moción de censura al tipo que nos dirige desde el Falcon. Es para salir corriendo a pedirle antipsicóticos al psiquiatra de guardia.

¿Y cómo mantener la tranquilidad de espíritu cuando nos cuentan que el futuro presidente de Estados Unidos, la nación más poderosa de la tierra, amenaza con invadir Canadá, Groenlandia y Panamá, así de una tacada, y porque le apetece? ¿No es para perder el oremus?

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A todo esto solo falta que una bandada de unos cuantos miles de estorninos se plante cada atardecer frente a nuestra ventana para amargarnos el día con su algarabía de los demonios y su dañina lluvia de excrementos, sin que el Ayuntamiento sepa qué hacer para espantarlos. Así acabaremos todos en manos de loqueros, sea gratis con los contratados por la Junta o de pago, a ochenta euros la sesión.

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