Lo bueno para los socialistas de Castilla y León es que, tras diez años de Fracasos Tudanca SA, no pueden ir a peor con la llegada de Carlos Martínez el de Soria (no confundir con Paco Martínez Soria). Una década ominosa la del burgalés que remata cuarenta años del PSCL-PSOE perdiendo elecciones autonómicas, desde aquella victoria de Demetrio Madrid en 1983.
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Bueno, para ser justos, hay que recordar que Tudanca tuvo más votos que Mañueco en los comicios de 2019, en pleno hundimiento del PP nacional con Pablo Casado, pero fue incapaz de pactar con Ciudadanos.
El alcalde de Soria, con cuatro mayorías absolutas en su haber, llega con las bendiciones del aparato del partido, por mucho que ayer se empeñara en negarlo durante la presentación de su candidatura a la secretaría regional. Si no fuera un sanchista converso, como dice, ni siquiera le hubieran dejado presentarse a las últimas municipales. Aquí el que no sanchea no mama, por decirlo en castellano castizo.
Porque Sánchez ha aplicado en Castilla y León su táctica de tierra quemada, consistente en la eliminación de cualquier atisbo de disidencia. Cayó Juan Lobato en Madrid y por el mismo desfiladero han ido siendo arrojados Javier Lambán en Aragón, Juan Espadas en Andalucía, Pepe Vélez en Murcia y finalmente Luis Tudanca en Castilla y León. La crítica interna en el Partido Sanchista equivale al ostracismo. Ahora se ha convertido en un partido cesarista, a imagen de Vox, que lo ha sido siempre.
Cualquier dirigente que se atreva a criticar la brillante trayectoria del inquilino de La Moncloa, sus pactos con los golpistas y los proetarras, sus infumables indultos y amnistías, sus concesiones a quienes conspiran contra la unidad de la nación, sus atentados contra la igualdad de las autonomías o sus íntimos casos de corrupción, es fusilado al amanecer.
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Muchos de los defenestrados recibirán compensaciones en forma de cargos, prebendas y regalías en el Senado, las embajadas o las empresas públicas, porque hay tanto para repartir que Sánchez, con el dinero de todos los españoles, se permite el lujo de ser generoso con sus cadáveres políticos.
Así que Carlos Martínez llega de la mano de Ferraz, marcado por la impronta de Sánchez, y ese sello constituye su primer obstáculo para vencer a Alfonso Fernández Mañueco cuando los castellanos y leoneses seamos llamados a las urnas. Solo Sánchez está convencido de que su abrazo aporta valor a los candidatos, cuando ocurre todo lo contrario: los únicos socialistas que han ganado elecciones en las últimas convocatorias han sido los más despegados de su sombra.
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Martínez llega al liderazgo regional del partido con la incógnita de hasta qué punto se puede trasladar su éxito en Soria a una Comunidad tan variopinta como Castilla y León. ¿Será un buen candidato? Pues no lo sabemos, y lo que es peor, no lo saben ni en el PP. El alcalde de Valladolid, Jesús Julio Carnero, dijo ayer que los sorianos «le quieren y le aprecian» y que es «un buen alcalde», mientras que el presidente de la Diputación soriana, Benito Serrano, aseguraba que «se va a Valladolid un nefasto gestor que no va a aportar nada nuevo a la Comunidad». No estaría de más que Mañueco pusiera un poco de orden y de disciplina en las filas de su partido a la hora de valorar a quien va a ser su contrincante en las próximas elecciones. Vox, por su parte, lo tiene claro, y ataca a Martínez por supuestas «ofensas religiosas» al participar en unas fiestas disfrazado de papa y a bordo de un improvisado 'papamóvil'.
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