Todo sigue igual tras las elecciones europeas. Pedro Sánchez ha perdido otra vez en las urnas frente a Alberto Núñez Feijóo pero el del Falcon ya está acostumbrado a ganar perdiendo.

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Así que la fiesta sanchista continúa. En condiciones cada vez más precarias, con un Gobierno que no gobierna porque está descompuesto y no tiene mayoría en el parlamento para aprobar leyes, pero ahí sigue. A Sánchez no le importa gobernar sino estar, no tiene ningún interés en mejorar la vida de los españoles porque le basta con mantenerse en el poder. Un día más, una semana más, un mes más.

Los resultados de los comicios del domingo pasado suponen un fracaso general. Para el PP, porque su ventaja ha sido insuficiente como para hablar de una reprobación masiva a la deriva autoritaria y antidemocrática del sanchismo. Teniendo sobre la mesa todos los casos de corrupción en torno a La Moncloa, con el tufo reciente de la inconstitucional amnistía aprobada y diseñada por y para los golpistas catalanes, tras los ataques al Estado de Derecho y a la libertad de prensa, y en medio de una descarada campaña de persecución de jueces y fiscales, cabía esperar una victoria más rotunda de Feijóo, que de nuevo se quedó a medio camino.

Sánchez fracasó en su intento de vencer o al menos empatar, y solo mantuvo el tipo gracias a la fagocitación electoral e ideológica de sus socios. A Sumar y Podemos les ha comido la tostada con una estrategia muy clara: ha asumido sus postulados de extrema izquierda y les ha dejado sin sitio.

En el otro lado, Feijóo no consigue lo mismo con Abascal, que continúa siendo el gran obstáculo para acabar con el sanchismo. Pero Vox también falló en su objetivo de crecer y además ha visto cómo le surge un grano purulento en la parte más populista de su extremo derecho, con el extravagante ultra Alvise Pérez convertido en el único verdadero ganador de los comicios. La presencia de sus tres europarlamentarios en Bruselas no deja de ser un síntoma de la descomposición de la política española y de la incapacidad de los partidos, de los viejos y de los nuevos, para recoger el descontento de los ciudadanos por la degradación del Gobierno y su desprecio a los intereses de la nación.

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La situación tras el 9-J no ha cambiado en sustancia. Sánchez sigue dependiendo cada día más de sus impresentables socios, del fugado Puigdemont para subsistir y de la prensa apesebrada para ocultar el fango que rodea La Moncloa. Nada hace prever que el del Falcon vaya a tirar la toalla y convocar elecciones. Antes entregará la Generalidad a los golpistas, si hace falta.

En Salamanca los resultados fueron muy diferentes al conjunto de España, con un Partido Popular disparado a casi el cincuenta por ciento de los votos y un PSOE hundido en el 27,5 %. Una paliza histórica de los de Carlos García Carbayo a los sufridos compañeros de David Serrada. Y no es cierto, como aseguró el mismo domingo el secretario provincial de los socialistas salmantinos, que la derrota se deba a que el sanchismo haya tenido en contra a los medios de comunicación de esta provincia. Es al revés: el PSOE de Salamanca ha tenido en contra a su Gobierno, un Ejecutivo que no le ha concedido ni un solo argumento para sostener que se interesa por esta tierra. El desprecio de Sánchez y sus ministros ha sido tan evidente, tan numerosas sus inversiones olvidadas o paralizadas, tan pertinaz su negativa a recuperar las comunicaciones por tren con Madrid, que ha conseguido que votar aquí socialista sea un ejercicio de ceguera o de fidelidad por encima de la evidencia.

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