Me hace una gracia tremenda que los tres o cuatro representantes conocidos del ala discordante de Vox en Salamanca y en Castilla y León hablen de la falta de democracia y del personalismo en el partido. Los dos ediles que se han desmarcado de la línea oficial en el Ayuntamiento de Salamanca, Alejandro Pérez de la Sota y María Carpio, se quejaban del personalismo de su compañero y al parecer exportavoz Ignacio Rivas, para justificar su golpe de mano en el grupo municipal, aparte de algún gasto 'sospechoso' del que no han querido informar a los salmantinos.

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Lo de la falta de democracia interna y la asunción de todo el poder por la guardia de corps de Santiago Abascal fue el meollo de la denuncia que llevó a la dimisión al exvicepresidente de la Junta, Juan García Gallardo, aparte de que no le apetecía cortar un par de cabezas como le ordenaban desde la sede de la calle Bambú.

Me hace gracia porque el ordeno y mando, el personalismo y la gestión caudillista han sido el santo y seña de Abascal desde que fundó el partido. En eso el máximo dirigente de Vox nunca ha engañado a nadie. El líder supremo marca la estrategia, decide cuándo se pacta y cuándo se rompen los pactos, nombra a dedo a los candidatos y él mismo con sus opiniones se constituye en el programa ideológico del partido. Quejarse ahora de falta de democracia interna en la formación verde es como denunciar el culto a Sánchez en el Partido Sanchista, antes PSOE.

La estructura militar del poder en Vox tiene sus claras ventajas, porque se ofrece una imagen de unidad a costa de cercenar cualquier atisbo de disidencia, pero también tiene el peligro de la incertidumbre: ¿qué será de Vox cuando Abascal, Dios no lo quiera, desaparezca o se retire? ¿Tiene futuro el partido más allá de Abascal? Muy dudoso.

En el caso del Partido Sanchista, está claro que desaparecerá como tal cuando Sánchez, Dios lo quiera, pierda unas elecciones. La duda es si volverá el PSOE de antes o sobre las cenizas del partido fundado por Pablo Iglesias se levantará una nueva formación. La otra duda razonable reside en saber si España resistirá el paso de este Atila a cuyo paso no crece sino que se destruye la democracia, a pasos agigantados.

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Parece una exageración asegurar ahora que Sánchez representa un peligro para la democracia en España, pero hay expertos en estas cuestiones que refrendan esta opinión. Hace solo unos días Transparencia Internacional colocaba a nuestro país entre las naciones con peores datos de corrupción de toda la Unión Europea y en todo el mundo nos situaba a la altura de naciones tan poco sospechosas de democracia como Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Botsuana o Ruanda.

España no caía tan bajo en el agujero de la corrupción de Estado desde hace treinta años, cuando Felipe González se vio rodeado de casos como Filesa, Ibercorp, Roldán o el Gal. Con Sánchez el índice de podredumbre del Gobierno ha caído más bajo que cuando la Gürtel y Bárcenas rodeaban a Mariano Rajoy. El presidente que llegó al poder con una moción basada en una sentencia 'trucada' por un caso de corrupción en el PP y que hizo de la lucha contra la corrupción su bandera, está ahogado ahora por las investigaciones sobre su mujer, su hermano, su exnúmero dos y su fiscal general de confianza.

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Lo cierto es que Sánchez imita a Abascal y lo de aplicar la democracia interna ha sido suprimido del ideario. Son partidos de «Yo, el Supremo» y quien no lo entienda, a la calle.

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