Desde hace un par de años la cuesta de enero resulta más empinada que nunca. Anda el personal apurado, haciendo milagros para mantener la nevera llena y para no llegar con números rojos a final de mes. Lo más grave de la situación es que la lucha por la supervivencia se viene trasladando al resto de los meses del año, que ya son todo cuestas.
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Los aprietos arrancan del subidón de precios de 2022 a causa de la guerra de Ucrania que provocó graves problemas de suministro y un encarecimiento generalizado de la energía. El IPC se disparó un 18,4 % ese año y desde entonces no ha dejado de subir, aunque sea a menor ritmo.
La pandemia es también un punto de referencia a partir del cual ya nada ha sido igual en la economía de las familias. Según los datos del INE, el precio de la energía y de los alimentos ha subido más desde 2020 que en los quince años anteriores. En 2024 el coste de la vida en Salamanca se encareció un 2,4 %, que no parece mucho, pero que hace daño de verdad al bolsillo porque se suma a las subidas de los ejercicios anteriores. Todo contribuye a engordar las cifras de personas al borde de la pobreza severa, que en España son ya doce millones. Tenemos mucha miseria a nuestro alrededor, en un país que a principios de siglo era la envidia del mundo por su desarrollo y que ahora lidera las estadísticas de pobreza infantil en Europa.
Desde los tiempos de la presidencia del inefable Zapatero, actual lacayo del tirano Maduro, las políticas económicas han caminado en el sentido contrario al que requerían los tiempos. Recordemos que el contador de nubes reaccionó a la crisis de 2008 con un fuerte incremento del gasto público (el infausto Plan E fue el eje en torno al cual se forjó la ruina) en lugar de apretarse el cinturón como hicieron otros mandatarios con un mínimo de sentido común. Luego vino Rajoy con el malhadado ministro Montoro, que nos subió medio centenar de veces los impuestos… y para más inri, siempre con una sonrisita malévola porque parecía disfrutar arrebañando nuestros bolsillos.
Pero a todo hay quien gane y Sánchez ha batido todos los récords con 93 subidas de impuestos y de cotizaciones desde 2018. Entre Hacienda y la Seguridad Social recaudan ahora 460.000 millones de euros, 140.000 millones más que en el último año de Rajoy.
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Y usted, lector, se preguntará ¿a dónde va a parar todo ese dineral? ¿Dónde están todos esos cientos de miles de millones? ¿A qué los dedica el aparato sanchista que no se ven por ningún lado? Porque una parte del despilfarro puede haber ido a sufragar el coste de los nuevos ministerios en este Gobierno donde ya es imposible saber quiénes son los agraciados con una cartera y una inmensa recua de asesores bien pagados, y otra a parte se va en pagar los chantajes de sus socios golpistas y separatistas, o a esas sospechosas donaciones multimillonarias a organismos internacionales donde Sánchez coloca a sus camaradas y donde quizás aterrice cuando las urnas le expulsen de la presidencia. Pero todo eso no llega para justificar semejante morterada de dinero.
El destino del presupuesto del Estado es un misterio insondable, como lo es la ejecución de los cuantiosos fondos europeos cuya pista no han sido capaces de seguir las autoridades de Bruselas.
Cuando se produzca un cambio de gobierno (no hay que perder la esperanza) lo primero que debería hacer Feijóo es encargar un informe que nos explique a los españoles qué ha pasado con nuestros dineros durante estos tiempos oscuros. Eso y recuperar aquella palabra que hizo famosa Aznar cuando era presidente de la Junta de Castilla y León: austeridad.
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