Lo ha vuelto a hacer. Pedro Sánchez ha vuelto a sacar pecho de la marcha de la economía tras el último Consejo de Ministros, en una inesperada comparecencia con preguntas.

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Supongo que a Sánchez se le habrán quitado las ganas de repetir, porque aparte de las risas contenidas ante su habitual euforia económica, los plumillas de la villa y corte se dedicaron a preguntarle «por lo suyo», que son los escándalos que rodean a su familia y a su Gobierno. Supongo que de inmediato volverá al plasma, a las comparecencias con guion y sin preguntas incómodas (ni cómodas), como a él le gusta.

No ha querido darse una vuelta por las colas del hambre en Salamanca y tampoco parece que le apetezca mucho darse un paseo por Paiporta, con o sin los reyes, y por eso el líder sanchista sigue viéndolo todo de color de rosa. Según Pedro en el País de las Maravillas, España está superando las expectativas con unos datos de PIB y tal feliz evento le reafirma en la orientación de la política socioeconómica. Por eso ha decidido subir del 2 % al 4 % el IVA de los alimentos básicos, porque como la economía va como un tiro y andamos todos sobrados, será conveniente que paguemos más para comer. Lo que no nos dice Pedro, porque no le conviene, es que el producto interior bruto sube porque el gasto público, hecho con el dinero que nos arrebata a base de impuestos feroces, sigue subiendo. Y si pagamos más de IVA, Sánchez tendrá unos miles de millones más para comprar el voto de los golpistas y antiespañoles de todo pelaje, o para organizar esos cien eventos con los que pretende conmemorar los cincuenta años de la muerte de Franco, su gran aliado en las campañas de propaganda.

El mensaje de que España va como una moto quería ser el centro de su intervención navideña, pero los periodistas, en cuanto les dio la oportunidad, le chafaron el espectáculo y le sacaron a relucir el reguero de sus escándalos y sus desvergüenzas. Le preguntaron si conocía los emails del novio de Ayuso que la Fiscalía filtró conveniente e ilegalmente, y contestó que no, con lo cual se acrecienta la sospecha de que estuviera perfectamente al tanto, porque este personaje no dice la verdad ni al médico en peligro de muerte.

No quiso Sánchez hablar más del novio ni de la presidenta madrileña, pero sí metió de rondón uno de esos titulares que le habían cocinado sus asesores, lanzado con su habitual chulería: «Ya le digo yo que antes del informe de la UCO la confianza en el fiscal general del Estado era total y después del informe de la UCO yo creo que es incluso mayor». Es decir, mientras más sospechas hay de actuación delictiva por parte de Álvaro García Ortiz, más confianza le tiene Sánchez. De traca.

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Por lo menos en esta ocasión se ahorró esa extravagante reacción, propia de alguien que ha perdido el oremus, que le llevó a exigir al PP que pidiera perdón al fiscal general porque la UCO no había encontrado mensajes incriminatorios en su móvil. Parece un disparate felicitarse de que la Fiscalía haya borrado los mensajes que pudieran constituir la prueba de un delito, una maniobra que ahonda en la gravedad de la filtración con la suma de un posible delito de destrucción de pruebas. Solo le faltó decir que mientras más pruebas destruya y más principios legales y constitucionales se salte a la torera García Ortiz, mayor será su confianza en su fiscal general, ese sobre el que ya sabe usted quién manda.

Ya veremos cómo vuelve Sánchez a la escena política, después de haber cenado en Nochebuena rodeado de los imputados de la familia. Habrán brindado por la buena marcha de la economía y el mal fario para algunos jueces. ¡Salud!

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